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Biblioteca de Autores Clásicos Neogriegos Director de Serie: Moschos Morfakidis
DATOS DE PUBLICACIÓN Título original: Ὁ τελευταῖος ὀρφικός διθύραμβος· ἤ ὁ διθύραμβος τοῦ ρόδου Autor: Ánguelos Sikelianós Traducción: Isabel García Gálvez Nº en la serie: 8 pp.: 48 1. Literatura neogriega. 2. Poesía
Primera edición: La Laguna, Tenerife, 2001 (II Congreso de Neohelenistas de Iberoamérica) © de la 2a edición española: Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas C/Gran Vía, nº 9-2ºA, 18001, Granada/ Fax: 958-220874 Maquetación: Jorge Lemus Pérez ISBN: 978-84-95905-67-3
Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción total o parcial de la presente obra preceptiva autorización.
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El poeta de las visiones Si los grandes poetas, desde Homero hasta Rilke, más que comentaristas fueron visionarios del misterio del Mundo y oficiantes de las Fuerzas secretas de la vida, a comienzos del siglo XX, un Sikelianós de apenas diecinueve años puso, con su largo poema El Visionario, frente al Mundo el sagrado don del Amor y de la Belleza e invitó al Hombre a un despertar prodigioso en el extasiado goce del existir.
De nuevo, en 1933, cuando este Oficiante vislumbraba cómo se agigantaba el Mal que, en breve, habría de abalanzarse contra la Humanidad y desmembrarla, presentó El ditirambo de la Rosa, una invocación secreta de regreso a las venerables fuentes de la vida, a las Fuerzas originarias que desde las entrañas de los ancestrales siglos ascienden para elevar a los hombres y volverlos a juntar con los Sagrados Centros de la Creación; Centros que tienen por símbolos la Espiga, el Vino y, sobre todo, la Rosa, rasgos fundamentales de la construcción de la Vida.
Porque, si la Espiga constituye nuestra significación y el Vino nuestra posibilidad de exaltación, la Rosa nos invita al Amor y se convierte en el vínculo más excelso de la Unidad de la Ecúmene y el símbolo de la Existencia que constituye la liberación última del Hombre.
Sentía el Poeta cómo una humanidad que había sido quebrada por el nihilismo espiritual, que había perdido su relación religiosa con el misterio de la existencia y que se enfrentaba desorientada a la Historia, corría el peligro de hundirse en la insensatez; y esa insensatez, capaz de romper la sagrada Medida de la vida y rendirla 9
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a una sangrienta incógnita, hubo de llegar con la criminal destrucción de la Guerra de entonces.
Ante aquella destrucción, y ante cualquier otra des trucción de la sagrada hermosura del Hombre, se alzó Sikelianós, no el comentarista horizontal de la realidad histórica sino el visionario vertical del Mal, para exorcizarla con el sagrado signo de la Rosa. El Signo que simboliza exactamente el enigmático misterio de la Belleza, pero sobre todo el misterio del Amor y de la Existencia. “La Rosa” se alza “para hechizar el caos” de la Historia (vv.
646-650) que constituye una negación de la Medida y del Ritmo (vv. 572-574) —datos y propuestas de vida de los griegos— con la Rosa, “el olímpico don de la sagrada simetría” (v. 389), el Poeta propone volver a encontrar el sagrado equilibrio del Mundo y del Ser.
De qué modo tan súbito la voz oficiante de Sikelianós en El ditirambo de la Rosa no se escucha ya lejana sino cotidiana, consecuente con su conmovedora actualidad, así como la dureza originaria del hombre que, armada con la sublime tecnología, fuerza los litúrgicos sellos del Mundo, fragmenta el sagrado equilibrio de la Creación y sumerge a la humanidad en una fiereza atormentadora. ¡Doloroso despertar del letargo placentero del consumismo! ¡Cómo es que cuantos escuchan aguantan con aflicción y con la conciencia despierta! ¡Cómo, de repente, la voz del Poeta resuena tan nítida incitándonos religiosamente al ejercicio y a la catarsis existencial para poder ascender hacia la antigua enseñanza de la Espiga, del Vino y de la Rosa, y descubrir a través de su simbolismo el venerable modo de Vida!
Así todos los logros cumplidos de la Razón. El ditirambo de la Rosa, con “mil lenguas juzga” (Solomos). Y estruja mos esta razón incitativa de la poesía provocadora que nos invita a un ascesis trágico: al reencuentro del sagrado sentido del Hombre y de la Vida, que simboliza la Rosa 10
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Esta es la consubstancialidad órfica... en la que se realiza la ligazón deseada y armoniosa de las esencias.
(Orphicorum fragmenta)
INTRODUCCIÓN
La Belleza salvará al Mundo.
(Dostoievsky)
Desde las míticas profundidades de los siglos, el Orfismo avanza con tres símbolos sustanciales: la Espiga, la Vid y la Rosa. Pero, si bien el enorme significado y el rumbo de los primeros símbolos nos ha sido extensamente transmitido por la religión, por la vida y por el arte de nuestros antiguos al contener la extraordinaria y muy intensa impulsión dinámica; el tercero, en cambio, —el olímpico don de la sagrada simetría, la «Rosa-Razón», que aúna en una excelente composición los antagonismos que, a través de los siglos, presenta el acaecer de los dos primeros (de la Espiga y la Parra)— se halla sumido en la oscuridad desde tiempos remotos hasta ahora, justo por ser la más alta y difícil coronación de iniciación para individuos y pueblos.
Pero, baste que, en cualquier momento, este tercer símbolo, siguiendo a los primeros, se proyecte desde las simas de los siglos, como nos confirma con pruebas irrefutables la tradición por la cual el primer altar Órfico fue elevado por el propio Orfeo hacia el Sol y hacia la Rosa en la cumbre del Pangeo, o como otra constatación arqueológica por la que las primeras monedas de las tribus salvajes de Tracia se acuñaron con la forma de La de Cien 15
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Hojas, que hasta ahora nace en el Pangeo. Baste asimismo, el dato de la prehistórica expansión religiosa del cultivo de la Rosa entre todos los pueblos vecinos de Tracia (véanse las rosaledas de Midas en Frigia y otros lugares), un cultivo que aún hasta hoy ocupa una posición completamente distinguida entre ellos (compañera —indiferente si se pierde por completo su profundísimo significado— de los similares nombres búlgaros, serbios y griegos: Villa Rosa, Rosaleda, Rosales, etc.). Baste, digo, esto y una profusión de pruebas semejantes para ayudar a brotar de nuevo, hoy que toda nuestra agitada Historia circunstante ha revitalizado dichas pruebas, este resplandeciente Símbolo en nuestro pensamiento y en nuestra vida, y a retomar en nosotros su impoluto sentido resucitado y su perspectiva.
Desde tiempos remotos nos ha sido suficientemente constatada la entusiasta creatividad y la regulada intención de este Símbolo en la Antigüedad; primeramente, con la Legislación Délfica (Anfictionías, competiciones religiosas y deportivas, igualdad de derechos humanos de hombre y mujer, liberación de esclavos, etc.), así como con el inseparable misterio de la dinámica Simetría, en que se sustenta la fundación de todo el Arte antiguo, es decir, la creación de naves, estadios, teatros, estatuas, ritos, ditirambos, odas, tragedias.
Y digo que este Símbolo reaparece por entero pausada y espontáneamente en nuestra época, y que su ausencia, ausencia de siglos, no ha permitido brillar del todo a sus símbolos hermanos, la Espiga y la Vid, ya que les faltaba o les falta su articulación con el tercero, que es eje, medida y meta inagotable.
De este modo el Simbolismo Órfico —que es el uni versal— obtiene su cumplida significación gracias a la gran ley de la Analogía, que repite, en todos los grados y formas de todas las civilizaciones humanas, los mismos, siempre simples pero infinitamente fructíferos, Principios 16
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creadores de la Vida íntegra, del Saber íntegro y del Arte íntegro.
Este Símbolo, renacido pues sin violencia en mí, lo elevo hoy con la Razón poética entre mis hermanos los hombres, igual que de otro modo quise y aún quiero elevarlo entre ellos con mi intento Délfico.
Esta obra constituye el comienzo de mi última labor creadora (del ciclo de mis tragedias inéditas), un movimiento de simple pero sólida fe, dentro de un ambiente en que nuestra época nos invita a trabajar, el ambiente de la más elevada Unidad ... Lo envío a mis hermanos los hombres, sin más valor que el del simple presagio y de mi saludo puro del alma.
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La cordillera del Pangeo. Una roca donde está sentado Orfeo. Crepúsculo. En derredor suyo sus combatientes y alumnos.
Orfeo Yo dije: «Que nadie me siga.» Iré solo; y si vuelvo, solo ha de ser.
Mas si no vuelvo, mi nombre les dejo y Huérfanos les nombro, para que, en la soledad por venir, reunidos estén, como niños que han perdido a un padre pobre, y al anochecer se reúnen todos en torno a la muda lumbre, y su mente, —aún clavada en la misma palidez del muerto amado, mira y se agiganta en lo más profúndo lo que dejó: un arado, unos granos de trigo, y dos leños para el hogar. Y su dolor, quedo y seco, inesperado se alza ante ellos, ase el arado como yugo, el trigo como el labriego, lo siembra y dice: «Toda la tierra con esto he de arar, sembraré el mundo todo de parte a parte, para comer con nosotros la parquedad, que nunca madre ni padre conociera— basta que el fuego arda un poco aún en casa y que nuestro muerto nunca de entre nosotros falte.» Y las riquezas del mundo: armas, glorias, aúreos palacios, todo les parece un juego ante el arado, el trigo y la llama, herencia del santo difunto, porque, si acaso el pan no bastara para darles hoy a sus huérfanos, a los ojos de su dolor 18
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se agigantan, y mañana, quién sabe, saciarán el hambre de un pueblo...
Semejante ha de ser pronto también esta orfandad, si parto.
Mas la secreta herencia que en ustedes dejo es otra y otro andar sus espíritus tomarán pronto de ella ... ¿Me escuchan?
Primer corifeo Te escuchamos, Señor. Tú nos lo dijiste: El ojo crece en la oscuridad, y la escucha en el silencio... Y Tú sabes cómo comenzó a brillar en nuestras mentes la raíz ancestral, y cómo en nuestro oído principió Tu verbo. Te escuchamos, Señor, lo sabes. Y nuestra ruda alma, que Tú por años cuidaste, como el arquero el nervio de su arco, cuando noche y día con aceite lo unta, para arrojar lejos su flecha; y como la golondrina resuena por el contacto y se entrega por completo, así abres Tú Tus labios...
Mas, ¿qué es esto que nos dices, que solo irás, y si volvieras, solo ha de ser, y que puede que no vuelvas? ¿Qué es?
¿Quién de nosotros aquí que su vida sin Ti desear quisiera? ¿No iremos Contigo, Señor, ascendiendo otra vez las laderas del sagrado monte en la noche, como cuando Tú nos tomaste por vez primera y ligero ascendías hasta las alturas, cuando nosotros sentíamos, en nuestro pecho, como tambor báquico, nuestro corazón ligar en secreto la tierra a los astros?
¿Ya no estaremos más a tu alrededor,
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como en combates miles en que Tu aliento, levantándose en contra de tiranos, con ritmo desplegaba todos los combates con sagrados pirriquios, mientras Tú, solo, sin armas, con la mirada tan sólo, o con la mano, mostrabas dónde lo justo y dónde la victoria, Señor? Y ¿cómo así piensas dejarnos ahora?
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Orfeo ¿Quién ha hablado así? ¿Tú? ¿Tuyas son 70 las palabras de ese corazón que cree para ti?
Conque, ¡Silencio! Deja manifestar el poder todo de tu espíritu, y desvela así los más ocultos misterios de tu corazón.
¡Don de la Piedad, que habita en todo 75 rudo y cumplido combate y que testigos no anhela, desciende ya hasta éste de aquí!
Y ¡Tú, paloma agreste del valor del misterio manifestado tan sólo en la perfecta acción, golpea Tu ala 80 en su frente un momento, como tantas veces de imprevisto le aliviaste!
Así pues, porque les he dicho tan sólo que huérfanos quedarán, ¿sus corazones se han agitado hasta olvidar lo que en años 85 les he exhortado?
«El que separándose rasgó los oscuros piélagos, teniendo siempre en mente a Amor, astro indomable, no sólo se ha de juntar él a aquellos que se han perdido, sino, como sacro puente, 90 ha de unir a los demás entre sí: lugares con lugares, pueblos con pueblos, enemigos con amigos, con la vida la muerte, los siglos 20
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con los siglos.» Y tú, que acabas de decir que en tu espíritu brilla sin cesar la raíz ancestral, ¿sientes ahora temor por la separación?
Primer corifeo Señor, lo sé, yerro.
Porque el fiel perro sabe bien velar la tumba de su señor.
Y ante olvidar todo, esto en cambio no.
Mas cómo olvidar Tu voz, Señor, si cuando la oigo diría que sólo entonces el velo del sagrado templo se recoge, entra en el más sacro de los lugares —¡dime!— si todo he de olvidar, ¿cómo olvidar esto?
Orfeo En verdad, concentras así ante ti una densa bruma, que ni mi voz podría de una vez disolver. Vengan más cerca, ¡no sólo para sentir mi voz, sino el latido de mi corazón!
Vengan aún más cerca...
Miren en su interior y díganme: ¿Recuerdan cómo Los escogí juntos, y uno por uno?
Miles me seguían ... Ni ellos mismos sabían el porqué. Pero, así como el sol ya súbitamente comienza a derretir nieves en los montes y en los ríos hielos, y las aguas, ya liberadas, se tornan cataratas, de igual modo, apenas la lira y mi voz resuenan
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en los pueblos, como río se abalanza el gentío detrás de mí, y lo mismo que si al mar se lanzaran y no pudieran volver otra vez atrás o plantarse, incluso así me seguían...
Pero había algunos entre el gentío de los que nadie podría decir por qué venían; y que, en el fluir de los demás, asemejábanse a peñas inclinadas: se quedaban solos entre todos, silenciosos, oscuros, meditativos, como si se preguntaran: ¿Qué viene a hacer éste?... ¿Es hombre o dios?... ¿Es un genio?...
Todos parecían estar recién iniciados en la compasión, en el conocimiento bueno, como si en secreto se plantaran con sus cuellos en el redil, y mientras seguían a la Ley, la Lira y mi Baile cosechaban miles de vidas. Aquellos, cuando borrachos tan sólo de sangre anegada por doquier, como la amapola anega en primavera a la tierra misma, los primeros en arrojarse a la batalla, sentían su rico perfume que en derredor esparcían, y sin palabras apresaban una herida del combate como un don, para aliviar lo suyo.
Díganme pues, ¿para quiénes hablo?
Segundo corifeo Para nosotros, Señor. Mas si es Tu voluntad, déjame ahora a mí seguirte.
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Orfeo mi alma
Dime: es tu alma
Segundo corifeo Si un día en que este sangriento combate se haya olvidado, y ya todo, tierra y cielo, piélagos y montes de alrededor, como lirios silvestres, respiren al alba de modo reposado, y Tú te hayas arrastrado a Tu secreta cueva a celebrar los ritos de los dioses y de Tu alma, enfrentados en secreto, caminando juntos, como cazadores de ciervos sigilosos en bosque frondoso, y encontrarte a Ti solo, y con astucia, de repente, como los Titanes que, untando los rostros con arcilla, se abalanzan despedazando a Zagreo, por querer romper los hechizos que atan a las fieras a su ojo, del mismo modo a Ti nosotros Te despedazamos, derribando los vínculos de Tu encanto, y reteniendo en nuestras manos la fuerza íntegra que con el Baile, la Lira y la Razón de nuestros pueblos robabas...
Y de repente, allí donde buscábamos con oído presto, percibíamos la respiración del hombre y cómo en su pecho subía y bajaba un sueño matutino. Y despacio nos acercamos todos.
Sí, así dormiste tranquilo, como duerme reposado ante su cueva el dorado león.
E igual que él yacías desarmado,
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tan sólo con Tu cabellera y tan sólo la riqueza del sagrado aliento. Ni lanza a Tu lado, ni Lira; en Tu mano sólo vimos, sorprendidos todos, ceñirte confiado en Tu pecho una gran Rosa, la hecatonfilo, que, al respirar Tú, dirías que Contigo respirara.
Me serenaré un instante, Señor. Pues, mira la lágrima inocente que ha brotado en los ojos de mis hermanos. Su recuerdo se ha encendido; ya, desde el comienzo, los labios temblorosos tomaron de mis palabras la razón...
Es justo que hable de nuevo, Señor.
Orfeo Habla pues: una es el alma y otro el corazón.
Primer corifeo En verdad, Señor, me tiembla ahora el labio, y mi corazón tiembla por dentro.
Aunque lo sepas. Sin embargo, voy a hablar.
Así pues, inclinados veíamos todos ese Tu sueño y esta gran Rosa que, con tu aliento, subía y bajaba.
Y alguno de nosotros, sin ni siquiera guardar que acaso despertaras, dijo: «Indigno de hombres es arrojar al sueño a un hijo como éste.
Prendamos pues mejor al ciervo vivo». Y volviéndose hacia mí: «Hunde», me dijo, «un poco la lanza para que despierte, porque en verdad parece ser su sueño hermano de la muerte; 24
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húndela un poco.» Y así, cuando a ciegas acometí la orden, en Tu propio costado mi lanza apreté con suavidad. Y al instante apenas se encardinó la túnica... Entonces abriste los grandes ojos insondables, y con un suave suspiro te incorporaste, sentado en tu lecho. Y cuando nos viste: «Hijos», dijiste, «¿qué fue? ¡Tan profundo dormía en el abrazo de Dionisios!
Y ¿qué fue en mi costado, de repente, ese dulce dolor que siento que me ha venido aún más cerca, ya en mi alma, viéndola al despertarme? ¿Qué ha sido?»
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Así dijiste: y así percibiste la sangre, 220 que lentamente resbalaba por Tu costado: «Hijos», nos preguntaste, «¿Y esto por qué?» Y mientras mantenías la Rosa, en Tu costado apoyaste firmemente eso, y con una red a Tu alrededor nos llamaste, «Vengan» 225 así nos decías, «no teman... siéntense».
Y nosotros en esa malla sentados todos a Tu alrededor, y ni uno solo la boca movió para hablar; sino una placidez que duró un gran rato, hasta que 230 desde la súbita cima del Pangeo apareció el Sol, y la Rosa ensangrentada se alzó ante Ti y así comenzaste: “Oh Sol, Tuya es la sangre y Tuya es la Rosa, como yo mismo soy Tuyo, como todo Tuyos son ellos, y aunque a llevarse mi vida vinieran, juntaría Tu ocaso a sus corazones en uno con el mío desde este mismo instante.
Ya el oráculo perfecto está ante Ti,
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¡Oh Apolo! La madre de los dioses, la Noche, con ésta mi mano Te envía, cima del aliento, la Rosa perfecta.
Por elevarla ante Tus párpados, en contra de Tu áureo semblante, bajo Tus fosas nasales humedecidas, ¡cuantos dolores también padecí!
El álamo o el ciprés, cerrados en un desfiladero, intentando verte a Ti no alcanzan la altura ¡así también yo, igual que Tu recién lavado bucle parece derramado en Tu propio oro!
«Concédeme tan sólo desvelar el sagrado Misterio para mostrarlo también entre ellos, tal como en mi interior así a mí me lo desvelaras, en mi sueño y en mi vigilia, en la guerra y en la paz, en la amistad y en la enemistad, en la vida y en la muerte; concédemelo».
Así invocaste. Y nosotros a Tu alrededor, apoyándonos en las lanzas y en el Sol inclinados hacia delante, te oíamos y bailaba nuestro corazón sintiéndote en el himno.
Y ya no recordamos la razón por la que vinimos a buscarte, sino que con toda nuestra atenta escucha nuestra alma aguardaba que el Misterio de la Rosa Tú explicaras, y formamos un círculo a Tu alrededor, inmóvil, hasta el momento en que, nada más vernos, Tu boca abriste.
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Orfeo Y de nuevo ahora la he de abrir.
Y, como saben, ningún otro debe tocar las palabras del Misterio con sus labios, viviendo yo... De nuevo yo, postrera vez, antes de separarme de ustedes les desvelaré en su interior la cumplida Memoria.
Así comencé: «Oh Sol, de Ti ayuda buscamos, mas convéncete, aunque para los demás Tu luz por completo La cubra, yo a Tu madre, la sagrada Noche, veo que Te abraza.
Mas, ¿cómo puede conocer alguien al hijo si antes no conoce a la madre?
Porque también yo soy su hijo, y también yo, huérfano retoño, fui tomado en el pecho de Su compasión, bajo su negro manto que me cerraba, y mientras mantenía su sagrado pecho como la cabra brincaba en la profunda oscuridad. ¡También yo, Su hijo!
Oh Sol, a Ti ayuda he solicitado, por ser mi hermano y ser yo el Tuyo; porque Tú naciste antes que yo, y por muy grandes que sean Tus caminos, noble hermano mío, ya son humanos.
Mas, ¿cómo puede entonces conocer alguien al hijo si antes no conoce a la madre?
«¡Oh Madre-Noche! ¡Oh Secreta, oh Grande!
Y si ahora te ocultas por el brillo de Tu hijo, como una viuda que alcanza a escuchar las proezas de su vástago y lejos de él se encuentra enlutada,
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mas regocijada en su duelo porque muy a escondidas vela por sus hazañas. ¡Oh, MadreNoche, que aún dentro de la luz más clara Te contemplo! ¡Oh, fundamento del Profeta, que ya no pastorea sus pensamientos con los ojos, sino con su corazón, como el rebaño de rizado pelo oscuro encuentra en la oscuridad su fuente y abreva insaciable de la corriente, ¡oh Madre!, dame Tú de nuevo el poder para insuflar en las almas de ellos, que no Te conocen, el Misterio de la Rosa, conduciéndolos, paso a paso, desde la base hasta la santa cima, pues ni siquiera Tú pareces la misma, tenebrosa, afligida, enlutada, silenciosa, muy pálida, blanquecina; ves desde las negras y no esclarecidas riquezas de la raíz ancestral, allá arriba siempre, bailando con gran calma sobre las espaldas del mudo abismo, como gaviota que avanzara al Amor Armado, y siempre aguardaras. Y el aleteo de su ala por encima de Ti llega para brotar nuevos mundos dentro de Ti, nuevas flores, ¡mil prodigios nuevos!
«Ya estamos aquí, sobre la Tierra, Oh Madre, muchos son los peldaños hasta ascender a la santa cumbre que en un aliento todo aúna. Y desde el Hades parte el primer peldaño y el siguiente lo construye la santa Demeter. Porque si ante Hades todos los hombres somos iguales, también lo somos ante la Espiga 28
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Secreta que Eleusis eleva.
Y junto a ellos Perséfone, velando en persona por todos, separa, como al crío de la matriz, el alma de sus cuerpos.
Mas, ¿quién es el que junto a la Core antes aún que la muerte y todavía en la muerte, ayuda al cuerpo y ayuda al alma, ya encontrados, en el sufrimiento, más allá del dolor, a ascender bailando las pendientes del monte, las muchas que Una son?
¿Quién, desde el mismo Hades, con su aliento dirige el baile de las almas, como miles de hojas en torno a una encina seca, y se encarna en jóvenes gentes? ¿Quién insufla en ellas el sagrado impulso del ascenso? ¿Quién sino Tú, Plutón-Dionisios, al ascender desde las oscuridades de la Tierra haces brotar, divino testimonio de Tu poder, la Sagrada Vid que, al hundirse en las oscuridades de la Tierra y beber de la celestial frescura, armoniza en sus venas la oscuridad con la luz en sangre ígnea, entregada a la sagrada Embriaguez bebiendo de la mano de las divinas Musas, cada una de ellas apostada en un peldaño para subir Contigo a la cumbre y cambiar de nombre según Tú haces cambiar el Tuyo? Y así, de embriaguez en embriaguez, nuestra razón y sentir, nuestro valor y nuestro aliento, como de un Dionisios a otro Dionisios, súbito ascendemos hasta donde ya no basta el sagrado Vino, al abrirse en nuestro espíritu el soplo que ya todo aúna en Uno, alma y cuerpo, sangre y espíritu, odio
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y amor, pueblos con pueblos, lugares con lugares, la muerte con la vida, los siglos con los siglos... Y ésta es la hora de la Rosa, la de cien hojas, en nosotros que, sangre y espíritu, alma y carne, e infinita liberación, nos hace entrar en el círculo en que hasta la fe sobra, porque la misma vida es fe resucitada para siempre en nuestros corazones.» Así hablé: la palpitación y el sobresalto del alma consentían a la Razón.
Según les miraba a ustedes, la mirada y la forma mudaban igual que ahora... Hubo quien se irguió, como amaga el discóbolo su cuerpo cuando lanza el disco, siguiéndole por entero, mente y cuerpo, sentido; y hubo quien a tierra se echó, como si hundiera en tierra los ojos para buscar las raíces del Hades; y un tercero que llama tenía por mirada, como si mantuviera en tensión ese impulso por encaminarse hacia la cima; y un cuarto mantenía cerrados los ojos, como si comenzara ahora a inspirar la Rosa y su alma muy queda por dentro lo deshiciera.
Y a todos juntos un calor místico les atravesaba las venas, les hacia detener la respiración en las fosas nasales, algunos las abrían a lo ancho y mantenían cerrados con fuerza sus labios. Y de repente aquel que como el discóbolo se agachaba por coger el sentido, estirando su cabeza hacia detrás, como si agitara un peso enorme, me gritó así: «Orfeo, concédenos 30
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la Rosa también a nosotros, concédenosla, porque amarga es la vida desde que su exhalación pasó ante nosotros y no se expandió por la tierra toda. Concede la Rosa a los pueblos, Orfeo. Porque santo es el combate del Pan, y santo es el combate del Vino, que, según disminuye la valentía del alma, de nuevo lo insta a ascensiones vivificadoras. Pero ahora otorga en combate la Rosa a los pueblos, Orfeo, para que se encaminen en unísono hacia la cima que en Uno todo aúna, alma y cuerpo, sangre y espíritu, odio y amor, lugares con más lugares, los astros con los astros, la vida con la muerte, los siglos con los siglos. ¡Concede a los pueblos la Rosa, Orfeo!» Así habló aquel. Y a mí el corazón ya me temblaba, y la mano me temblaba, después de oír una voz tan imprevista.
Y entonces, pálido, la ensangrentada Rosa levanté en mi mano, preguntando: «Hijos, ¿dónde quieren plantar primero la Rosa en la Tierra? ¿Dónde desean?»
Y tardó en llegar la respuesta... Mas de repente, el que tenía cerrados los párpados, los abrió y con una voz que de otro mundo venía y que, sin embargo, fluía igual que un trueno, respondió: «¡En Grecia!» Y los precipicios, las pendientes, las cimas, como pechos que sintieras que al respirar se abrían, resonaron: «¡En Grecia!»
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¡Y entonces nos envolvió el Peán, nos llenó el Peán, nos tomó en sus anchas alas el Peán!
«¡La Rosa», ya todos, «la Rosa a Grecia!»
gritamos y nos abalanzamos. ¡Oh, cuántos combates desde entonces nos congregaron!
¿Qué decirles?
Segundo corifeo Y si no se dijera, ¿no brillarían menos, Señor, por esto en los siglos y en nuestros corazones? Así, en verdad gritamos y nos abalanzamos; y con ese ímpetu nos seguían multitudes que, de pronto, rompían las cadenas que los tiranos de todo lugar les impusieron en el alma, en los pies y en las manos, y ahora, con la Ley de Tu Lira, comenzaron a danzar moviéndose con el ritmo... y Te traían ante Ti a sus reyes con las manos atadas, y Tú, desatándoles las manos, con una sonrisa les decías: «Levanten al cielo los ojos y miren; cada astro brilla desde un mundo.
¡Qué de mundos por conquistar!» Y ellos, pequeños ante la Noche y Tu propia Razón, aturdidos por la vastedad de Tu libertad, agachaban la cabeza, Y decías en torno al gentío: «Cuídense de la mesa del rico, porque mesa más amplia que la Tierra no hay.
No se separen de la Tierra pensando 32
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en sentarse más alto que ella en un trono de gloria fingida, el trono de la Tierra que todo tiene. Antes bien, lo que de la Tierra sale, afiáncenlo, ya sea viña, sea árbol y si se tumba, denle entonces su propio bastón para apuntalarlo, su propia lanza... Así que, un día, la Recta Meta ha de brillar de punta a punta de la Tierra, y el cetro del reino infinito, la Rosa, tenga cada pueblo en su mano!» Así decías; y las multitudes Te miraban, igual que la tierna virgen mira a su hombre perfecto que, de repente, ante ella se yergue como una columna, y su corazón lo incita a apoyarse en su costado porque aún no ha dilucidado en su ser qué es para ella: si hermano, si madre o padre, o bien, si algún dios oculto... Así también la multitud por Ti.
Mas cuando Tu Razón se extendió por Grecia y se rompieron las cadenas que aquí y allí la habían mantenido atada y respiraba toda ella como cada mañana respiran sus celestiales mares de montañas, cuantos partimos desde el Pangeo, ascendiendo ahora con prisa las laderas del Parnaso, entramos todos una mañana en el santo lugar donde la Tierra tenía oráculo antiquísimo, en Delfos, ombligo del mundo.
Y entonces allí, los miembros esparcidos invocando primero a Grecia — hasta que vinimos lentamente las gentes de todo el mundo
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a atar a la Tierra la Rosa universal en su puro ejemplo — a Lócride, ajonia, a Focea, a Beocia, a Lócride, a la Arcadia, a la Argólide, a todas sus regiones vecinas llamándolas juntas, como Apolo a las Musas, comenzaste a arrastrarlos al baile digno, atado a la Recta Meta, con Apolo desnudo al frente, y Pitia, Olimpia, Ístmia, Nemea, polos de una generación libre, a una resonaron: «No por riqueza, ni por nuestra vana gloria, sino por una rama de laurel, Tu gloria Apolo, por un poco de acebuche tan sólo, Tu propia gloria, Madre Tierra, combatimos». Y muy queda comienza a entrar la Ley en sus corazones, y en sus espíritus a brillar el resplandor del postrer Certamen, que todos, tribus y pueblos, por una cima ascendemos, y el atleta es un peldaño del sacerdote, y el sacerdote del Profeta puro, que todo él, cuerpo y mente, como astro refulge de la luz de la eterna Adivinación, que es la Verdad universal, y es el vasto Goce de los Misterios y la sagrada Unión coronada...
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¡Oh, tamaña dulzura del recuerdo! ¡Cómo pesa en mi interior ese momento y cómo una herida apenas abierta parecía también ser la fuente de mi propio corazón, ahora que comienza a enfriarse mientras hablas, lleno 34
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mi espíritu hasta las entrañas de mi alma de oculto dolor!
Mas, ¿por qué esto?
De lo Inevitable se nutre el Profeta, con la Necesidad vive, y del puro Fatum nace. Y sin embargo el dolor es férreo si éste en vano riega la tierra y esparce la sangre, la gran víctima sacrificial sin que nadie le arrebate la postrer mirada... ¿Sabes acaso que me has abierto la herida? Hijos, ¿no preguntan por qué me voy? He dicho que hasta ahora no solo el valor han perdido con la separación. Mas vengan aquí ahora, un poco más cerca, beban de mi herida para que se alivie. Les voy a decir por qué me voy; y si parto, por qué solo, y si no hubiera de volver, por qué los dejo y los nombro Huérfanos, para encontraros en esa su soledad y sean Uno conmigo para siempre...
¡No! No es el orden carnal ni siquiera la gloria que todo lo mide los que pueden otorgar la consumación del deseo, que el Profeta, solo él, ve brillar en la oscuridad a través de los siglos, porque su alma, enraizada a la tristeza como a una roca, toda la noche mama del pezón de los astros y, ya de día, del sol, y avanza hasta allí donde ya día y noche, como leche, resplandecen en torno suyo.
No es el orden carnal y el tiempo que todo lo mide el que concederá esta consumación. Es Amor, que habla y no calla
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un instante, en nuestros corazones:
«¡En todo triunfarás y no has de decir que venciste porque, por enorme que sea el triunfo y la victoria, en verdad todo es pequeño ante Amor!» Y esta Ley, oculto pilar de la Recta Razón, como el alba aquella cuando penetramos el santo lugar donde tuvo la Tierra oráculo antiquísimo, en Delfos, el ónfalo del mundo, íntegro lo entrego, con la Medida y el Ritmo, peldaño a peldaño, desde la cuna del tormento, interpretado uno ante el otro en los Sacerdotes, y con vigor los parapeto con doble poder, vida y conocimiento, para ascender la doble cima de los dos enormes Dioses y el Acuerdo secreto de llevarles por entero, rasgada en losas, en el desolado gentío que aún aguarda la santa Medida que afianzará todo junto. Y aún más, la Rosa, la de cien hojas, les concedo la armónica la de cien hojas, que todas las hojas son una y cada una es todas, ¡Corona de iniciación! Y aquellos que con la vida embriagan pueblos y vuelven a su vez el saber contra ellos, y dejan que el regalo olímpico de la sagrada simetría, La secreta de cien hojas, se deshaga a veces en este y a veces en aquel peldaño de la Embriaguez, y al quedarse en aquel peldaño dice: «Dionisios es por completo mío», y pensando en la cima alcanzada con razón, 36
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con acción o estilo, ciega ya los demás caminos de la sagrada ascensión donde brilla el alma pura, infinita, por encima del mundo, donde la Libertad es Conocimiento, éste Amor, y más allá de este Conocimiento no hay nada...
Y hete aquí, hermanos míos... ¡Amanece el día en que en las cumbres del Pangeo la Orgía pura deseo celebrar, en el altar de Apolo que en lo más alto he erigido, portando la Rosa que, imagen de vida y saber, en los campos con tan gran cuidado hemos resucitado!
Yo quiero llevarle la Rosa a Él, y sé bien que en las laderas del monte aguardan las Ménades, que en cuanto hayan degustado la gracia de Dionisios Bacante y con los ritmos de Savazio gritan: «Es todo él, todo Dionisios es nuestro, y nuestra la Rosa»; y esperan despedazarlo con las manos y arrojar todas sus hojas, también a mí como víctima a su Orgía me arrastran... Pero, al alba, he de llevar la Rosa a las cumbres del Pangeo y volverla a traer después sin ímpetu, ligero, tranquilo, solo, lleno de su prodigio, lleno de su total perfume, lleno de su simetría sagrada, del todo lleno de su conocimiento y sólo eso.
Y ¿Qué diré mañana al Sol? «¿Levanta, asaetea la serpiente que ha dejado la vieja serpiente madre y que ahora de nuevo por toda la Tierra busca en sus pliegues para envolverte con fuerza?»
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¿Diré, «Despierta Tú, Titán, y de nuevo haz circular Tus divinos pasos, Tus divinos sobresaltos en derredor del terrible reptil que vuelve a ceñir la Tierra y su juramento ha comenzado a fluir en tus divinas fuentes, envenenándolas?» ¿Tales cosas he de decir el día que ante Él vaya, sin ímpetu, tranquilo, lleno de Su conocimiento, lleno de Su santo resplandor, lleno de Su mágica luz, lleno del todo de Su prodigio y sólo eso?
Porqué, ay, si no llevara yo la Rosa en el día de Su secreto regreso, cuando, saltando las espaldas hiperbóreas, le aguarda a él solo ante SÍ una mano y Lo incita: «¡Estoy aquí y aquí te aguardo!» ¿Acaso si no Le llevara la Rosa mañana, después de mí nadie ascendería, hombre o nación, para hechizar el caos con su oculta adoración, y regresar desde arriba, tranquilo y enorme, al báratro oscuro?
¡Oh, mis valientes, luchen siempre y que nunca nadie diga que vence. Porque, por grande que sea la victoria o el sacrificio, siempre será pequeño ante Amor!
¡Oh, mis valientes, en breve les dejo mas ¿qué palabras de consuelo podría decirles? Pues, ¿que son las escasas semillas de una incontable simiente que en florecer tardará siglos? ¡Semillas de infinita liberación son ustedes y basta!
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Y, amados míos, si con ustedes cenara esta noche en secreta homofagia el santo pan y el vino, también las hojas de la primera Cien hojas que en Uno reunió la exhalación, y que ahora todo ya seco y que aún mejor perfuma — fuente de la cumplida Memoria y del Deseo y de la Meta — dejárselo a ustedes quiero, que ya desde el profundo Hades les recuerde los peldaños secretos que cada Musa vela en misterio, y cambia su nombre igual que Dionisios; y que, de recuerdo en recuerdo, su Pensamiento ascienda, y Sus sensaciones y Su valor y Su aliento, hasta la alta cima donde no alcanza el santo Vino, porque abre ya en sus mentes el soplo que a todos ustedes ata en Uno, alma y cuerpo, sangre y espíritu, odio y amor, pueblos con pueblos, lugares con lugares, la muerte con la vida, los siglos con los siglos... Y esta será la hora de la Rosa de cien hojas en su interior, y la hora de Orfeo que estará en ustedes por siempre, que sangre y espíritu, y alma y carne, y terribles liberaciones les colocará en el círculo donde hasta la fe sobra, ¡porque la misma vida será fe resucitada por siempre en sus corazones!
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Mas, hete aquí, ha anochecido. El Lucero ha aparecido 690 en el cielo, lejos queda el camino hasta la cima... Dense las manos ahora y fortalezcan de nuevo la mágica cadena inquebrantable que con el Juramento ataron la noche 695 39
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primera, cuando reluciente ante ustedes en los cielos trabajaba el Padre arrojándose a las profundas oscuridades, y sus mentes recibieron Sus primeros fogonazos; y ¡el deseo secreto del sostén negro de la Tierra 700 se ha agitado como lanza más allá de los astros!
Y yo aún una vez más sostendré la Lira para ustedes esta noche... Levántense porque está oscureciendo. El Lucero ya asoma.
Golpeen en sus escudos y comiencen mi postrer canto pírrico secreto.
Golpeen los escudos. Rectos en la Recta Meta de sus almas. Y comiencen con calma el temible Baile de la Perfecta Ley.
Canten el Juramento. Esto dejaré en mi lugar. Y sus infinitas almas enraizadas en el titánico éter poséanlas ya. Hijos huérfanos: ¡Bailen!
He golpeado la sagrada Lira... ¡Juren!
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(De pie Orfeo hace sonar la Lira. Los guerreros levantan sus dos y juran alrededor suyo. Cantan) Coro ¡Oh Noche, madre de dioses y hombres!
Este Juramento en Ti oculto yacía en Nosotros, mas como la gracia ha desdibujado el primer rastro del Amor Armado —¡sagrado valor!— se ha culminado lenta, queda, como luna en su completo círculo negro de luz...
¡Oh Noche, madre de dioses y hombres!
Con dioses y hombres atamos aquí las manos que, más allá de los límites de tiempos y de lugares, Tú el sagrado estribillo nos donaste... Desde la cruel oscuridad nos concediste la alegría del deseo, única, como si del Hades emergiera con todopoderosas alas ocultas, y de dentro de Ti un incontable reino, incansable Titán, en cada amanecer, sobre los odios, al Sol abraza en Sus manos la Tierra;
y de la Tierra a nosotros la sagrada embriaguez nos ha elevado hasta alcanzar el gran misterio que del cielo y la tierra en unión enlaza la Rosa, oh Noche, a este misterio Órfico,
alimento de nuestro más oculto meditar, prestamos juramento, más alto que los templos, para regar toda nuestra sangre entera,
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con que entregarnos mañana a los pueblos...
¡Noche, madre de dioses y hombres!
Este Juramento yacía oculto dentro de nosotros y dentro de Ti. Mas así como su primer molde imprimió la gracia del Amor Armado —¡sagrado valor!— despacio, quedo como la luna, llena todo su negro círculo con su luz!
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Agradecimiento El último ditirambo órfico o El ditirambo de la Rosa, poema dramático, se escribió en 1932 y se publicó por vez primera en 1934. Agradecemos a Dña. Ana Sikelianú, viuda del poeta, habernos concedido el permiso para publicar la traducción española. Este texto fue puesto en escena por la Agrupación de Teatro de Filología (Universidad de La Laguna) en la Ermita de San Miguel, San Cristóbal de La Laguna, el 30 de octubre de 2001.
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