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Kostas Várnalis LA VERDADERA APOLOGÍA DE SÓCRATES Introducción, traducción y notas de Francisco Morcillo Ibáñez Traducción revisada por Moschos Morfakidis Ilustraciones de Carmen Fuentes Escribano
Granada, 2003 Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas Grupo de Investigación Estudios de la Civilización Griega, Medieval y Moderna. Universidad de Granada
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Biblioteca de Autores Neogriegos Director: Moschos Morfakidis
DATOS DE PUBLICACIÓN: Francisco Morcillo Ibáñez Kostas Varnalis: La verdadera apología de Sócrates pp. 114 1. Narrativa. 2. Pervivencia del mundo clásico en la Grecia Moderna. 3. Literatura Griega Moderna.
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CENTRO DE ESTUDIOS BIZANTINOS, NEOGRIEGOS Y CHIPRIOTAS C/ Gran Vía 9-2º. 18001 Granada.
Tel. y Fax: (+34)958 220 874.
Eugenia Várnalis De la traducción: Francisco Morcillo Ibáñez Primera edición: 2003 Depósito Legal: GR 418/2003 ISBN: 84-95905-03-5
Impreso en España - Printed in Spain
La edición de este libro ha sido financiada parcialmente por el Ministerio de Cultura de Grecia
Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción total o parcial de la presente obra sin la preceptiva autorización.
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INTRODUCCIÓN Vida Kostas Várnalis nace en 18831 en el seno de una familia pequeño burguesa de griegos afincados en la Rumelia Oriental2, en Pyrgos3. A los 14 años, tras las primeras lecciones recibidas en su ciudad natal, continúa sus estudios en el instituto de Filipópolis4, la Escuela Zarifia, y en cuatro años logra su título de bachiller.
Con el apoyo del obispo de Anquialo y de la comunidad de Varna marcha en octubre de 1902 a Atenas a estudiar Filología en la Facultad de Filosofía, donde conseguirá su título en 1908.
Cuando en 1903 universitarios fanáticos fueron a quemar el Teatro Nacional, por haber escenificado La Orestea de Esquilo, traducida por Sotiriadis en lengua semidemótica, Várnalis ya se encontraba en el campo contrario, con los demoticistas. Acabada la carrera es nombrado profesor de griego en Amaliada, en 1909.
En 1911 se encuentra como director de instituto en Argalastí donde se mezcló con el asunto de los “ateos” de Volos y se encontró entre los acusados junto con Delmuzos y Saratsis.
Éstos últimos habían realizado conferencias en los Centros Obreros de Volos y de Larisa, defendiendo la modernización de la enseñanza y el cultivo de la lengua demótica, y habían hecho circular folletos socialistas y revolucionarios, con lo que habían provocado una airada reacción de los círculos conservadores de 1
En casi todas sus biografías suele aparecer el año de 1884 como el de su nacimiento. El mismo Várnalis escribe la fecha de 1883 en una “Autobiografía” un año antes de su muerte. 1884 fue la fecha de su bautismo.
2 Actual Bulgaria.
3 Actual Bourgas.
4 Actual Provdiv.
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Volos. Sin embargo Várnalis fue declarado inocente y de esta forma no estuvo en el juicio de los “Ateos” que tuvo lugar en el Juzgado de lo Criminal de Nauplio en 1914, juicio que conmovió entonces a la sociedad griega. En estos años Várnalis no muestra ninguna afinidad política decisiva, está preocupado por los temas sensuales y eróticos. Tiene 27 años y decide pedir la mano de Eli Alexiou, la cuñada de su entonces amigo, Kazantzakis. El padre de Eli, cretense como Kazantzakis, se opone al matrimonio porque pensaba que Várnalis era monárquico y germanófilo.
Eli recuerda a Várnalis como un tipo realista, amistoso, artista, grupal, siempre consecuente consigo mismo. Como el Sócrates de su obra, amaba la naturaleza con fanatismo. Le encantaba ir a la playa y nadar. Vivía al día sin preocupaciones metafísicas, con un característico amor a las mujeres y una gran sed de erotismo.
De 1912 a 1914 trabaja como director de Liceo en Mégara.
Desde septiembre de 1914 a abril de 1915 asistió a la Escuela Normal de Enseñanza Media, dirigida en ese momento por Dimitri Glinós, una de las figuras claves del demoticismo, pilar de la “Sociedad Educativa” junto con A. Delmuzos y Manolis Triantafylidis. Estos luchaban por la preparación y la aplicación de la reforma educativa a favor de la enseñanza del demótico, contra la kazarévusa, en aquel entonces lengua oficial del estado.
De 1915 a 1917 ejerció como director de Liceo en Keratiá, desde donde lo trasladaron como Profesor de instituto al Pireo.
En febrero de 1919 recibe una beca para ir a París, donde seguirá las clases de filosofía, filología y sociología. Rápidamente su adoración por Grecia se vuelve furiosa, su patriotismo juvenil se vuelve negativo, en vez de cantar las bellezas y bondades de su patria satiriza todo lo reprobable. De 1919 a 1924, tras conseguir un permiso docente, viaja en dos ocasiones a París para estudiar Estética y Pedagogía. Aquí conoce a Dora Moatsu, con la que se casará en 1929. Toma contacto con las nuevas corrientes filosóficas.
En la Sorbona recibe una influencia considerable de las clases de Charles Lalo, profesor de Historia del Arte y cabeza visible 12
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del movimiento de la “Crítica subjetiva”. Además del ambiente universitario, Várnalis vive también la atmósfera de posguerra, muy influenciada por la Revolución de Octubre. Poco a poco se adentra en la ideología marxista. Vuelve de París abrazando el marxismo, persiguiendo la continuidad cultural del helenismo clásico con el actual, forjando el objetivo de su poesía como expresión del materialismo y de la futura dictadura del proletariado. Ahora tiene una misión social, su arte es una herramienta en la lucha contra la burguesía en todas sus manifestaciones5.
Tras la publicación de La luz que quema durante la dictadura de Theódoros Pángalos (1925-26), denunciado por la Iglesia con la acusación de ser un “comunista manifiesto, anarquista y ateo”, fue cesado como funcionario público, lo que le obligó a trabajar como periodista y traductor. El abandono del trabajo educativo, según él mismo nos cuenta, no fue muy traumático: “...yo no podría volver junto a los niños, por el defecto que tengo6. (...) Los niños, hasta una determinada edad, son buenos. Sin embargo, más allá de los doce, los trece años, comienzan a ser griegos, falsos, patriotas...”7. Vuelve de nuevo a París como corresponsal del periódico “Progreso”.
Participa junto con Glinós en el Congreso de Escritores Rusos, en Moscú, en 1935. A su regreso a Grecia son deportados por el gobierno a la isla de Mitilene, hecho que provoca un movimiento internacional, como el liderado por el escritor André Gide, solicitando su liberación.
En 1959 se le concede el premio Lenin de la Paz. Muere en Atenas el 16 de diciembre de 1974, a los 90 años, unos meses después de la caída de la Dictadura de los Coroneles.
5
Αυγέρης, Μάρκος: “Ο πεσσιμισμός στην Ελληνική Ποίηση (Καβάφης, Καρυωτάκης, Βάρναλης)”, Μαρξισμός και Λογοτεχνία στην Ελλάδα) Réthymno, 1987.
6 Tenía problemas auditivos.
7 Κοτζιούλας, Γ.: «Μια ώρα με τον κ. Κώστα Βάρναλη», Προσκυνητής, Atenas, 1991, pp. 266-271.
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Obra La obra de Várnalis es muy variada. Poesía, prosa, crítica, ensayo... Comienza sus primeros escritos en la revista Νουμάς [Noumás], en 1904, a la que seguirán colaboraciones y poemas en Ηγησώ [Igisó], Νέα ζωή [Nueva Vida] y Γράμματα [Letras] de Alejandría, Πυρσός [Pyrsós], Παν [Pan], Βωμοί [Altares], Μαύρος Γάτος [El Gato Negro]... Desde sus primeros años en la poesía fue el más fiel seguidor de Palamás.
Sus obras más importantes son, por orden cronológico: Κηρήθρες [Panales] (1905) Προσκυνητής [El Peregrino] (1919) Το Φως που καίει [La luz que quema] (1922) Ο λαός των μουνούχων [El Pueblo de los Castrados] (1923) Ο Σολωμός χωρίς μεταφυσική [Solomós sin metafísica] (1925) Σκλάβοι πολιορκημένοι [Esclavos sitiados] (1927) Η αληθινή απολογία του Σωκράτη [La verdadera apología de Sócrates] (1932) Ζωντανοί άνθρωποι [Hombres vivos] (1939) Το Ημερολόγιο της Πηνελόπης [El diario de Penélope] (1947) Ποιητικά [Poética] (1956) Σολωμικά [Solomicá] (1957) Αισθητικά – Κριτικά [Esthitiká – Kritiká] (1958) Ελεύθερος κόσμος [Mundo libre] (1965) Διχτάτορες [Los dictadores] (1965) Άτταλος ο Γ’ [Atalos Tercero] (1972) Οργή λαού [La cólera del pueblo] (1975), editado tras su muerte.
Φιλολογικά απομνημονεύματα [Memorias filológicas] (1980)
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Su temprana posición en el campo de los demoticistas le lleva a traducir obras clásicas. La primera, Las Bacantes de Eurípides, data de 1910. Seguirán más traducciones de Eurípides además de Esquilo, Sófocles, Aristófanes, Jenofonte, Semónides, Flaubert, Molière y otros. Como dato curioso para el mundo hispano, realizó también una traducción – adaptación de Don Quijote de la Mancha de Cervantes.
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Comentario a La verdadera apología de Sócrates “La verdadera apología de Sócrates”, escrita en 1931 y editada en 1932, reafirma la fama de Várnalis. Para muchos críticos es la obra maestra del autor. N. Yokarinis8 confiesa que se encuentra en el campo de los que consideran que el realismo de Várnalis puede ser antisocial y antieducativo, pero reconoce la fuerza de esta obra, su sentimiento y su personalidad, sus bellas y claras palabras que hacen del autor uno de los mejores de su época.
Várnalis tan sólo decía que escribió la obra para ganar dinero e insultar9.
“Critico quiere decir me burlo” dice el Sócrates de Várnalis. El uso de la sátira es una de las armas más comentadas en este autor por amigos y detractores, por críticos y estudiosos. Como refiere Darío Fo en su obra Misterio Bufo cuando cita un pensamiento de Mao Tse-Tung: “La sátira es el arma más eficaz que el pueblo ha tenido en sus manos para comprender por sí mismo, dentro de su propia cultura, todas las triquiñuelas y prevaricaciones de los señores”. Para Palamás, la burla es la musa de Várnalis, es juego y arte, va unida firmemente al conocimiento de la Antigüedad que se resalta en el autor.
La elección que hizo Várnalis de los autores para traducir fue hecha con plena conciencia. Tradujo a Eurípides, el trágico con la filosofía de la búsqueda de la verdad para comprender los problemas del mundo. El estilista Várnalis tradujo a Flaubert y el realista Várnalis se acercó a Sócrates desde las obras de Jenofonte y no de Platón. Como Platón, Jenofonte quiso mantener la memoria de su maestro. Pero mientras que el Sócrates que nos dejó Platón es más Platón, Jenofonte con sus Recuerdos de Sócrates y su Apología nos dio un Sócrates que es más Sócrates.
8
Γιοκαρίνης, Ν.: «Η αληθινή απολογία του Σωκράτη», Προσκυνητής, Atenas, 1991, pp. 253-255.
9 v. n. 7.
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Partiendo, pues, de Jenofonte, Várnalis quería ver con mayor realismo al gran filósofo de la Antigüedad y su época, y escribir él otra Apología, la verdadera, como él mismo la llama. Con la diferencia de que las palabras que pone en boca de Sócrates no son palabras de éste, sino del mismo Várnalis. Sócrates no es, aquí, más que una simple máscara que encaja perfectamente en la cara del autor. Sócrates y Várnalis, dos personalidades con sus propios démones. La intención de Várnalis es dar vida a sus ideas de una forma estética, es decir, con la forma directa de la máscara.
La obra de Várnalis (sobre todo La verdadera apología de Sócrates, La luz que quema y El diario de Penélope) es un claro ejemplo del uso del mito por el realismo socialista: basar la historia en los mitos pero reinterpretarlos con un material actual para cauterizar mejor las heridas de la sociedad burguesa y con la sátira candente levantar las conciencias10. Para Dimitri Glinós es el drama de la vida humana el tema principal en las que él considera las obras más marxistas, las tres obras más grandes de Várnalis: La luz que quema, Esclavos asediados y La verdadera Apología de Sócrates11.
En esta última obra Várnalis resume la amargura que ya había mostrado en La luz que quema y en Los esclavos sitiados.
Es muy difícil levantar la conciencia de un pueblo demasiado aferrado a sus tradiciones, un pueblo cuyo primer instinto es traicionar o acabar con los que intentan un cambio (Prometeo, Jesús, Sócrates...). Sócrates habla ante un pueblo adormecido. El poeta es “la campana que suena en el vacío. Nadie comprende qué dice”.12 Esta situación llena de desesperanza al hombre 10
Ζορμπαλάς, Σταύρος: “Τέχνη και Κοινωνία”, Μαρξισμός και Λογοτεχνία στην Ελλάδα) Réthymno, 1987.
11 Γληνός, Δ.: «Το φως που καίει», Προσκυνητής, Atenas, 1991, pp.
292-302.
12 Λαμπρίδης, Μανόλης: “Il gran rifiuto, Επιθεώρηση Τέχνης 2”, Μαρξισμός και Λογοτεχνία στην Ελλάδα) Réthymno, 1987.
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consciente. Várnalis ve a la masa como una fuerza infrautilizada, sobre la que no ha actuado el soplo del renacimiento13.
Várnalis reconoce a Sócrates como el Hombre. Bajo la alegría de la expresión, la sátira y la burla, vemos una sana esperanza contenida de que llegue un futuro de pureza de alguna parte, aunque sea bajo el aullido de los bárbaros14. El Sócrates varnálico es optimista con respecto al futuro de la Humanidad; en el rostro de la revolución (los escitas) ve el factor subjetivo que sanará de nuevo a la sociedad, aprendiendo a perseguir la explotación, y que creará la nueva civilización15.
13
Βουρνάς, Τάσος: “Φαινόμενα Διαλεκτικού, Εκλεκτικισμού, ο κ.
Μανόλης Λαμπρίδης και η Παρακμή”, Μαρξισμός και Λογοτεχνία στην Ελλάδα) Réthymno, 1987.
14 Παπατσώνης, Τ. Κ.: «Η αληθινή απολογία του Σωκράτη», Προσκυνητής, Atenas, 1991, pp. 250-252.
15 Παπακωνσταντίνος, Θ.: «Αληθινή απολογία του Σωκράτη», Προσκυνητής, Atenas, 1991, pp. 263-265.
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Las otras apologías Las supuestas “Apologías” que le escribieron amigos y discípulos, todas son ficciones de la fantasía de éstos, puntillosos intentos de demostrar cómo Sócrates era inocente, la Ley era justa y los jueces rectos y honrados atenienses que cometieron... un error; y como únicos culpables los tres malvados que acusaron al desventurado. (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, 0, 10) Esto es lo que nos cuenta Várnalis de las otras Apologías. Por supuesto que nos encontramos elementos de las otras apologías, la de Platón y la de Jenofonte, así como de Recuerdos de Sócrates, también de Jenofonte, pero Várnalis quiere distanciarse de esas apologías y ofrecernos una obra original donde sus ideas se manifiesten abiertamente.
La Apología de Várnalis no sigue el esquema de sus predecesoras. Aquí y allá aparecen elementos dispersos que podemos encontrar sobre todo en Platón o Jenofonte, siendo este último autor el más utilizado por Várnalis como fuente. Podemos entresacar algunos de esos elementos que nos sirvan de ejemplo: Como en Platón, Apología, 36, Sócrates ofrece una alternativa a las penas habituales, y así, donde ya eran manifiestos, Várnalis aumenta el sarcasmo y la ironía en La verdadera apología de Sócrates, 0, 6. De la mención que hace Sócrates de las veces que, ya en su pasado, estuvo cerca de una muerte injusta, cuando se enfrentaba su razón con la “razón” del Estado, sea cual fuere, en Platón, Apología, 32, Várnalis da por sabidas muchas partes de la historia y es más parco en la explicación de los hechos (La verdadera apología de Sócrates, I, 12). Sócrates escapó de la muerte en esas ocasiones que menciona, pero ahora sabe que va a morir. Y ésta no es una muerte justa, reflexión en la que coinciden Platón, Jenofonte y Várnalis: Platón, Apología, 41; Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 4, VIII; Jenofonte, Apología; Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, I, 15.
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Describe Jenofonte a Sócrates como el mejor y el más feliz de los hombres (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 4, VIII) y así lo leemos en Várnalis, con su peculiar estilo (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, II, 4).
El tema de la acusación de ateo a Sócrates es evidente que no podía faltar en ninguna de las apologías. Pero es en el tema de las relaciones de Sócrates con la religión donde encontramos alguna afinidad más notable (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, I), (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, II, 8), o en ese otro pasaje de Jenofonte que nos habla de las adoraciones a diversos elementos de la naturaleza (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, I), (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, II, 9). Cercano al tema religioso nos encontramos con el demon de Sócrates (Platón, Apología, XIX), un punto más de sátira aprovechado por Várnalis (Várnalis, La verdadera Apología de Sócrates, V, 1 y 2).
Otra de las acusaciones que se le hicieron a Sócrates, la de corrupción de los jóvenes, también la encontramos reflejada en las tres obras. Platón amplía más el tema, Jenofonte y Várnalis son más concisos (Platón, Apología, X y ss.) (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, II) (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, II, 12). Dentro de esta última acusación se mencionaba el tema de la relación de Sócrates con Alcibiades (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, II) (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, II, 13). Otros personajes salen a colación a lo largo de la obra, algunos como Terámenes y su apodo (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, II, 3), extraído de Jenofonte (Helénicas, II, 3 – 31).
La relación de Sócrates con el trabajo es tratada de forma algo diferente según la caracterización que cada uno de los autores hace del personaje (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, II) 22
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(Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, III, 6). De todas formas, cuando Várnalis describe diferentes facetas de Sócrates, con mucho sigue a Jenofonte en el tema de la frugalidad del personaje: (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, II) (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, III) (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, III, 7); en las costumbres cotidianas, donde Várnalis se muestra más extenso y poético que los otros autores (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, I) (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, III, 10, 14, 26); en el círculo de amistades de Sócrates, su habitual grupo de amigos con los que se encuentra en al ágora (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, II) (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, III, 15).
Sócrates se aleja de los sofistas en el tema del cobro de las lecciones y enseñanzas, hecho que vemos reflejado en Platón, Jenofonte y Várnalis (Platón, Apología, IV) (Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, 1, VI) (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, III, 18) y en su relación con ellos se nos recuerda el episodio de la aparición de Sócrates en una obra de Aristófanes, Las Nubes, donde no salía muy bien parado (Platón, Apología, 19) (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, III, 25).
Las relaciones de Sócrates con el mundo femenino, sobre todo las referencias a sus dos mujeres, Jantipa y Mirto, pueden tener muy variadas fuentes, desde Diógenes Laercio (que recoge la noticia de Aristóteles) hasta la Suda. En Jenofonte (Banquete, II) leemos sobre el mal carácter de Jantipa (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, III, 4, 13). Pero son las conversaciones con la hetera Teodota las que tienen un antecedente más claro en Jenofonte (Recuerdos de Sócrates, 3, XI) (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, IV, 1).
El divino Apolo, el dios de Delfos, entroniza a Sócrates como el más sabio de todos los hombres (Platón, Apología, V) (Várnalis, 23
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La verdadera apología de Sócrates, IV, 4-5) y el viejo filósofo comienza una peculiar búsqueda de alguien más sabio entre los políticos, los poetas y los artesanos (Platón, Apología, VI y VII); búsqueda que en Várnalis se ve reflejada especialmente en el enfrentamiento con el político de turno (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, III, 15 y ss.).
El final de la obra sí que difiere del de la Apología de Platón, que nos relata un desenlace sereno, con un Sócrates que acaba el juicio charlando tranquilamente con sus amigos. Várnalis nos ofrece un final brusco, con una caótica salida de los jueces y un Sócrates abandonado de todos, un final muy satírico pero lleno de amargura y pesimismo (Platón, Apología, 39 - 42) (Várnalis, La verdadera apología de Sócrates, V, 8).
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La traducción El primer escollo con el que se enfrenta aquel que se propone traducir a Várnalis es el lenguaje utilizado por el autor. La obra está escrita en demótico y el héroe, sin llegar a mostrarse grosero, habla con simpleza, con claras palabras como se escuchan en las conversaciones cotidianas de los hombres de las clases sociales bajas. Porque el libro está escrito para éstos y a éstos se pretende educar16, de ahí que nos hayamos permitido, en ocasiones, el uso de “incorrecciones” que reflejen el habla popular escogida por el autor (“to” por todo, “na” por nada, “pos” por pues, etc.) El campo léxico es muy variado y muchos términos son procedentes del Norte de Grecia, con profusión de turquismos y términos de argot. Muchos nombres geográficos o patronímicos son “actualizados” o bien utiliza denominaciones poco habituales.
Así denomina Koúlouri a Salamina, el Cabo Sunio es el Cabo Kolonas, paleomoraitas o moraitas son los lacedemonios o espartanos. Muchos de los nombres de los barrios de Atenas son también contemporáneos, como Plaka, Gudí, Kolonaki, Kifisiá...
Sin embargo, otros adjetivos o nombres que se refieren a personas o hechos más actuales son teñidos con un tinte de antigüedad. Así los rusos son denominados con el gentilicio de escitas.
Han sido traducidas al castellano las citas en griego clásico en el original, conservando las comillas que coloca el autor o el formato de letra en cursiva, y marcándolas con una nota, señalando, en su caso, su procedencia. Hemos optado por su traducción pensando que de esta forma no se rompe el ritmo de la narración.
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Καλάγρας, Ιππότης: «Η αληθινή απολογία του Σωκράτη», Προσκυνητής, Atenas, 1991, pp. 256-257.
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PRÓLOGO
Se edita por quinta vez “La verdadera apología de Sócrates” y éste no es un hecho de lo más corriente en la literatura griega.
Algunos malinterpretaron el objetivo y el espíritu de la obra.
Pensaban que con ésta se escarnecía la “Grecia Antigua” y al gran filósofo Sócrates. Error. La Grecia de la decadencia y el teórico de la reacción sirvieron como pretexto para golpear la decadencia y la reacción de nuestra época.
A Sócrates, al hijo del pueblo, al que presentaron como enemigo del pueblo y despreciativo contra la democracia, lo acusaron tres, pero lo condenó el pueblo. El jurado de la Heliea con sus quinientos miembros era un jurado popular. Pero ¿por qué lo condenó el pueblo? Cuando Trasíbulo con los exiliados democráticos liberó la patria y restableció la soberanía del pueblo, los que habían sufrido no podían olvidar los crímenes de los Treinta Tiranos, que eran secuaces de Lisandro y sostén de la oligarquía. Y aquellos que habían sufrido odiaban y temían a los enemigos de la democracia y amigos de las “costumbres espartanas”. Y uno de éstos, y de los más significativos, era Sócrates, el maestro de los traidores Alcibíades y Crítias.
Pero estos hechos “históricos” no son el tema del libro. Su originalidad es ésta: el mismo Sócrates reconoce los errores y daños de su enseñanza. Y cuando se burla de los demócratas esclavistas, va más allá que éstos y se convierte en mensajero de la libertad de todos los hombres.
Diciembre 1956 Kostas Várnalis
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LA VERDADERA APOLOGÍA DE SÓCRATES
DE CÓMO PASARON LAS COSAS
Mientras hablaban los acusadores (Meleto
, con voz fina y movimientos de mujer, nervioso como un ruiseñor; Anito18 con sus grandes orejas y las ventanas de su nariz llenas de pelos; Licón19, con sus estrechas sienes y la mirada turbia), los jueces, sentados en el suelo, con los pies cruzados unos, en cuclillas otros, mordisqueaban pipas y escupían las cáscaras en el cogote del de delante. Los más roncaban rítmicamente, recostados al lado y poniendo como almohada sus zapatos. Y Sócrates miraba a lo alto, al cielo primaveral y de vez en cuando se restregaba la rodilla izquierda, que le punchaba. Con todo el murmullo que se producía, con todo el tufo que echaban tantos cuerpos acalorados y estómagos descompuestos, se las apañaba para escuchar a los alegres pájaros que trinaban en los pinos de alrededor, y oler el aroma de la resina, del lentisco y del tomillo, que emanaba la tierra baldía.
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§ 2. Cuando acabaron los acusadores, se hizo de pronto un profundísimo silencio, se diría que se hubiera hundido el lugar con los pedruscos, los árboles y los hombres en un pozo sin 17
(s. V - IV a. C.) Principal acusador de Sócrates; era un poeta fracasado.
Hijo de Meleto, tragediógrafo ateniense.
18 (s. V - IV a. C.) Político ateniense del partido democrático quien, junto con Meleto y Licón, presentó contra Sócrates la acusación. General en 409 a. C. perdió Pilos pero se escapó de la condena en el juicio por su actuación gracias al soborno.
19 (s. V - IV a. C.) Orador, acusador de Sócrates, junto con Anito y Meleto.
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fondo y a todos los hubiera cubierto el agua dos cuerpos de altura.
Conteniendo todos el aliento, clavaron los ojos sobre Sócrates, curiosos por ver con qué artimañas intentaría burlar la Ley.
§ 3. Cuando a medianoche se para el molino, se despierta el molinero. Sócrates, con todo este silencio que le oprimió, inflexible y total, ni se despertó ni se movió. Entonces un discípulo lo agarró de la manga: “¡Maestro!, tu turno”.
Solamente entonces el Maestro se volvió y vio desconcertado toda aquella caterva. Le costó recordar cómo quinientas fieras lo habían rodeado enfurecidas. Sonrió picaronamente entre su espesa barba, se medio levantó un instante, y mirando sobre la mesa las dos ollas20 (una de bronce y otra de madera), las dos graves y ensombrecidas, como si tuvieran alma y lo odiaran también ellas, murmuró: “¡También yo esperaba que vosotros, atenienses, os defendierais!”. Se sentó de nuevo y comenzó otra vez a restregarse su rodilla izquierda.
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Urnas de votación para los veredictos en los juicios.
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§ 4. Los jueces se enfadaron con este comportamiento grosero y se miraron muy rápidamente entre ellos. Durante tanto tiempo les había achicharrado un sol de plomo con la esperanza de pasarlo bien, al fin, con este viejo de mal agüero. Lo verían necio y humillado ante la orgullosa y omnisciente Ley. Y he aquí ahora que les estropeó la fiesta. Pero les molestó más el que en este momento despreciara el mayor bien de la democracia: primero, que te defiendas, y después, que te rajen. Y como cuando zurras a un niño y este no llora, te emperras y le zurras más; así también ellos se emperraron y para hacer que sintiese su fuerza, en su primera votación lo sacaron culpable de los tres crímenes de los que lo acusaban los tres paladines de la Virtud.
§ 5. Sócrates, cuando escuchó su veredicto hizo: “¡Mm!”.
Y cuando le preguntaron después (de acuerdo con la Ley), qué castigo escogía, muerte o destierro, meneó su calva de aquí para allá y no respondió nada.
§ 6. Entonces el ujier se acercó y le volvió a gritar con fuerza en sus oídos. Sócrates, que si sí que si no, se levantó de nuevo con desgana, y les dijo: “Vale, vuestros dos castigos son justos y beneficiosos para mí y para vosotros. Sin embargo yo preferiría un tercero”. “¿Cuálo?, ¿cuálo?” gritó todo el mundo alegremente.
“Ya sea que os beneficié o que os perjudiqué echadme ahora, que he envejecido, al Holgadero. Así vosotros os guardaréis de mí y yo descansaré de vosotros. Y dejad cada mañana en mi puerta (sin verme y sin que yo os vea) aquellas bonitas tortas de miel, calientes y esponjosas, que durante tantos siglos dais fervientemente a la serpiente sagrada de Erecteo21, el hijo de la Virgen Atenea. Porque creo que yo os hice mayor bien y menor mal que cualquier tipo de bicho divino”.
21
Héroe ateniense cuyo mito está ligado a los orígenes de la ciudad.
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La verdadera apología de Sócrates
§ 7. Los jueces, unos toscos campesinos que por cualquier cosa blasfemaban contra lo divino, rieron, con todo su corazón, cuando escucharon esta inesperada broma de Sócrates. Y esperaron que les soltara otras. Y aquél, al poco: “Y ya que tengo, según parece, el juicio más correcto, conviene que yo reciba también los sueldos de todos vosotros”.
§ 8. ¡Ay, ay! ¡Lo que pasó entonces! Los jueces se enrabiaron.
Unos levantaron los bastones, otros agarraron piedras y otros se lanzaron contra las rejas, con sus diez uñas sacadas para desgarrarlo, y todos gritaban a la vez, de forma que no pillabas palabra alguna. Mira que pedirles los tres óbolos, ¡su honrado esfuerzo! ¿Por esto, pues, dejaron su trabajo hombres de bien, y candonguearon todo el día para defender a la patria? Y no era, por supuesto, por el dinero... pero les pedía que delinquieran. Y aunque quisieran, ni ellos tenían el derecho de regalar su paga, ni el estado de privársela... ¡Jo, qué cara el tío, además de ateo y traidor! ¡Ya se va a enterar! Por esto, ya que el mismo Sócrates no elegía la clase de su castigo le condenaron ellos, en su segunda votación (otra vez de acuerdo con la Ley), a beber el veneno.
§ 9. Justo entonces brilló entero de ánimo y fuerza. Sencillo y ágil, como lo conocía la mayoría en sus borracheras, en las broncas y en la guerra, se puso firmemente en la tribuna y, entornando sus pícaros ojos, dijo muy lentamente esto que estáis a punto de leer más abajo.
§ 10. Las supuestas “Apologías” que le escribieron amigos y discípulos, todas son ficciones de la fantasía de éstos, puntillosos intentos de demostrar cómo Sócrates era inocente, la Ley era justa y los jueces rectos y honrados atenienses que cometieron...
un error; y como únicos culpables los tres malvados que acusaron al pobrecillo.
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PRIMERA PARTE
¿Qué hora es?... ¡Pasado mediodía!... ¡Seis horitas exactas y no
he escuchado nada! Los años, veis, me han endurecido el oído...
Si Ulises hubiera tenido mi defecto no se hubiera esforzado en calafatear sus orejas con cera y en ser atado al mástil para no escuchar el sensual canto de la muerte. De camino, ya que hablamos de ello, la muerte resonó más hondamente dentro de su alma y después la escuchaba durante toda su vida.
§ 2. Pero anque tuviese diez oídos y todos ellos buenos, ni así podría escuchar. Me quedé en blanco delante de vuestra grande y vistosa multitud. Me parecía que estaba en el otro mundo, y que me juzgaban, ya muerto, quinientos Plutones. Por esto sonreía humildemente. ¡Era por miedo, correncia y estupidez! ¡Ay!...
siento que dentro de mi alma se sobresalta mi pundonor patriótico.
¡También yo tengo estas grandes virtudes! Y verdaderamente, donde se enraíza esta Tríada (estupidez, correncia y miedo) allí también la Ley tiene poder y el pueblo es feliz.
§ 3. No escuché, pues, nada porque s’ había parado mi cerebro.
En otro tiempo se solía viajar muy lejos, a un país exótico, al que nunca se acercaron pájaro ni barco alguno porque no existe en ninguna parte. De allí se volvía de nuevo siempre lleno de estruendos, deslumbramientos y dolores insoportables. ¡Era el país de las Ideas, oh atenienses! Y quien entra en él una vez, sufre la desgracia de Tiresias22 cuando vio a Palas Atenea desnuda del todo. ¡Se ciega para siempre!
§ 4. Pero ahora, últimamente, mi mente se comporta como las mulas, que se encuentran de pronto ante un cortado precipicio o sobre un puente podrido. Recula, se clava, se obstina y no quiere 22
Célebre adivino mitológico del ciclo tebano, cegado por Palas por haberla visto accidentalmente desnuda.
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Kostas Várnalis
avanzar ni medio palmo más allá de mi nariz. ¡Y me obliga a agacharme para mirar mi nariz! ¡Un mundo entero! ¡Inmensidad de fealdad, es decir, de verdad! Me entra un mareo y las sienes me golpean como martillos. ¡Cosa extraña! vemos dioses, ideas, sueños, pasados, futuros y ¡no vemos nuestra nariz, atenienses!
Ahora comprendo que verdaderamente es sabio aquél que consigue verla y entenderla. Y yo ni siquiera había sospechado nunca que existe y aunque todos se burlaban de mí, que era aplastada como la del mono y la del cabrito. No escuché nada, pues, porque durante todo este tiempo estudiaba mi nariz para ser sabio.
§ 5. Seguro que exagero. ¡No puede ser que no haya escuchado nada! Mi oído me pillaba, de vez en cuando, algún insulto de los acusadores o alguna blasfemia vuestra. Y me reía en mis adentros con las burlonas respuestas que me venían. Pero no podía decirlas en ese momento; la ley prohíbe interrumpir al orador. Así, me contenía también yo para decíroslo de una vez para siempre al final, como cuando uno se aprieta, se contiene y da largas en las noches invernales, cuando llueve y sopla el viento de la nevada, para salir al patio a hacer aguas. Pero cuando llegó mi turno para hablar, olvidé lo que os iba a decir y me dio pereza intentar recordarlo.
§ 6. Pero aquello que escuché mejor fue vuestra sentencia de muerte. La conocía desde antes, porque tenía plena confianza en la decadencia de nuestro tiempo. Y si no la hubiera sabido no habría sido difícil comprenderla. Vuestros ojos soñolientos y vuestros bostezos lo atestiguaban claramente. No era, pues, necesario poner ese pedazo de pregonero para berrearme en mis oídos. Y aunque no estuvierais con sueño, también me ajusticiaríais. ¡Mirad a los acusadores! Guapos, ricamente vestidos, ¡personajes importantes!
¡Patriotas con pedigrí! ¡Caciques, soles de la Democracia!... ¡Y miradme a mí! ¡Qué pinta!, andrajoso, desaliñado, cenizo, inútil, 38
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La verdadera apología de Sócrates
un completo tío mierda y “¡el más sabio de todos los hombres!”23 ¡Dónde esconderme? ¡Que se abra la tierra y me trague!...
También yo, si estuviera en vuestro lugar, me avergonzaría de no condenarme a mí mismo a muerte y a un despiadado vergajazo, y consideraría las dos cosas como un gran honor.
§ 7. ¡Sin embargo su alma supera en mucho a su aspecto y a su vestido en belleza y riqueza! ¿Por qué se dignaron a pedir mi muerte? ¡Por el bien del estado! Ellos no ganan nada tanto si muero como si vivo. Ni las tierras, que no tengo, quisieran embolsárselas baratas en la subasta; ni para obligarme a darles dinero para retirar la denuncia (¿dónde lo encontraría?); ni tampoco, claro está, les apremia que se quede viuda la vieja Jantipa24, para casármela con alguno de los tres (¡vaya ganga!). Con mi caída, oh atenienses, querían apuntalar dentro de vuestra alma la Virtud, que se tambalea. Avanzadilla del pueblo, si no fuesen honestos y limpios ellos serían los acusados y yo el acusador.
§ 8. ¿Quién no se deslumbra ante el todopoderoso curtidor Anito? ¡El bravo general! Lo enviasteis con treinta naves a salvar Niocastro25 y él se escondió por aquí, por el cabo Maliá26 (el viento en contra), hasta que cayera la fortaleza y salvara su pellejo. Su avío, ves, le hace pensar más en el pellejo que en el “caído por la patria”. Y después cuando fue juzgado por traidor, ¡demostró cuán gran estratega era! Él, que teme por su vida para el dinero, no temió por el dinero para su vida. Así, los jueces de entonces lo declararon inocente, como convenía a éste, a las costumbres de la democracia y al viento contrario, que se lo puso tan cómodo.
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En griego clásico en el original.
Mujer de Sócrates, con la que tuvo un hijo: Lámprocles.
25 Pilos, ciudad de Mesenia, en la bahía de Navarino (mar Jónico).
26 Cabo situado en el Golfo de Corinto, divide los golfos de Itea y Antikira.
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§ 9. Solamente no le perdono que pagase una mina entera a Polícrates27, el procurador judicial, para que le escribiese la acusación que os recitó como un comediante. ¿Y no vino a mí, el cristiano este, para que le montara una mejor (al menos más espabilada) y por la mitad de precio? Si con dos palabras que os dije en mi defensa conseguí enrabiaros y que me condenéis a muerte, hubiera conseguido mucho más acusándome yo mismo, como lo hago ahora. Y este dinero me haría falta para comprar el veneno de la mejor marca, y para hacerme mi caja de nogal, ¡así reviente la señora Socratesa, que nunca en su vida me tuvo aprecio!
§ 10. ¿Y Licón el orador? ¿Habéis visto alguna vez un orador que sea solamente “un mono público”? Por esto también vosotros lo hicisteis general y le confiasteis que guardara Épactos28. Pero éste, sabiendo qué significa patriotismo, vendió la fortaleza a los enemigos “por treinta monedas”. Y después le creísteis también a él eso de que no pudo hacer ná contra el Destino, al que hasta los dioses se someten, en vez de decir: ¡Muerte al dinero, que gobierne también el Destino! Y este glorioso salvador hace leyes que dominan la vida, el honor y la propiedad del pueblo, es decir, la suya propia, y que matan a los traidores, es decir, ¡a los indignos de vender la patria!
§ 11. Y aunque estos dos presuman que son con razón “amantes de la ciudad”, está también un tercero, “amado de la ciudad”: “Meleto, hijo de Meleto, del demo de Pitceo29, contra Sócrates, hijo de Sofronisco, del demo de Alópece30... Pena: ¡La muerte!” El perfumado Meleto, poeta desconocido y famoso 27
(s. IV a. C.) Profesor ateniense de retórica. Autor de una Acusación contra Sócrates y de otras piezas de género epidíctico.
28 Utilizado en vez de Naupacto (Lepanto), ciudad de Grecia Continental, en la orilla septentrional del Golfo de Corinto.
29 Demo de Atenas.
30 Demo de Atenas.
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“fulano”. Sin embargo, ¡un tío de verdad! Aceptó, por unos pocos cuartos, el suscribir él también la acusación y enfrentarse él solo ante el peligro, si acaso me declararais inocente, de ser acusado de “injuria”, como si tuviese algo que perder el muchacho.
§ 12. Frente a éstos, yo no hice nada para la patria. Ni traicioné a Niocastro, ni vendí Épactos, ¡ni en las corrientes del Cefiso31 me entregué a los misterios de la Afrodita masculina! Y cuantas veces me cargasteis a la fuerza con algún cargo público, yo iba en contra de las costumbres de los demás arcontes y de los gustos del pueblo, ya sea porqu’ era un atravesado, ya porqu’ era un hombre recto. Y antes de que os cubráis de gloria vosotros dándome muerte, por los pelos otras tres veces me ocurriría la misma broma, dos en los buenos años de la democracia y una con los treinta tiranos32. Pero aunque no fuera tan grande la pinta de los acusadores y tan pequeñita la mía, bastaría vuestra propia sabiduría e infalibilidad para ser condenado. Sois seleccionados con las habas, ¡blanca, negra!, uno a uno. ¡”Jueces de Zeus”!
Sólo alma y cerebro. Sin imaginación y sin inútiles minucias.
¡Una y fuera! Por esto también sacáis la sentencia de muerte con la misma facilidad que os sacáis un moco con los dedos y lo pegáis allí onde os sentáis.
§ 13. Mira Virtuoso de Plaka33, presidente de la asociación para la protección de la Moralidad, que no permite que dos perros se junten en la calle, pero entrega ocultamente su mujer a sus novios (¡a los de él mismo!), ¡y él mira! Mira Cerdino de Lepsina34, redondo del todo por delante y por detrás, y requeteblanco por dentro y 31
Río de la cuenca de Atenas.
Gobierno oligárquico que en el 404 instauró en Atenas un régimen de terror.
33 Barrio de la ciudad de Atenas, situado en la ladera de la Acrópolis.
34 Utilizado en vez de Eleusina, ciudad cercana a Atenas.
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por fuera, qu’ explica los misterios de la diosa pero no explica el cómo han llegado a ser propiedades de su propia familia los campos y los olivares de la diosa. Mira los poderosos mercaderes de trigo y armadores del Pireo, los fraternísimos Cuarentadedos (¡de nombre y de hecho!), que se las apañan cada año para hacerse “guardianes del trigo”, para fijar ellos mismos el precio de los cereales, de las harinas y del pan, y para controlar las pesas de los demás, ¡por si están trucadas! Mira el roñica Tacañón de Kifisiá35, que arruinó a la gente pobre pero construye altares a la Piedad; y comiendo siempre pan de cebada y aceitunas podridas le salen forúnculos y se rasca allí donde le pega más tener los cuernos y llevar el yugo. Mira Doncel de Kolono36, picajoso emperifollado, bañado en perfumes, pero habitual comprador, cada año, del impuesto de prostitución que se lo pagan su hermano y su tita.
Mira el gran tragahuérfanos don Pío, que echó a la calle a los hijos de su hermano y luego se lamenta de que éstos lo habían empobrecido. Mira Osado, el bravo de Cleón37, que montaba emboscadas junto con otros quince para pegar o matar a uno solo, y ahora que cambiaron las cosas le entró un temblor y dice que se arrepintió y se va a hacer monje, ¡para salvar su alma! Mira el afamado falso testigo Véritas, que para llegar a tiempo a sus muchos encargos abrió una oficina en el barrio de los juzgados con diez ayudantes... Mira también a...
Gran follón, amenazas y gritos de “¡Abajo, abajo!”.
§ 14. ¡Qué “abajo” ni que “requeteabajo”! ¡no os quedéis roncos en balde!... Tenéis tiempo para enfadaros porque os salmodiaré peor. Temíais que os descubriese a cada uno por 35
Demo o barrio del norte de Atenas.
Demo o barrio de Atenas.
37 Político ateniense, sobresalió como demagogo tras la muerte de Pericles, en 431 y 430.
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separado el pastel y las mascaradas. Calmaos... No veo más allá de las dos primeras filas... Además, ¿cómo os voy a conocer a tós por vuestro nombre?... Si pesan del alma de cada uno de vosotros solamente diez deshonras (¡que sean tres!), ¡la suma sería de miles! ¿Quién podría nombrarlas de una en una? A mí me endosaron tres en total y necesitaron seis horas enteras para contároslas ¡y que os las creyerais!... Y al fin y al cabo, ¿por qué os exaspera que os destape? Vosotros sois la Ley, la Ley ayer, hoy y mañana... Con que uno de vosotros fuera honesto, la Ley se echaría por tierra, hecha añicos y muerta.
§ 15. No me digáis: “¡Míralo! Tantos años parloteaba qu’ el espíritu gobierna la materia y el alma el cuerpo; que no contaba la opinión de la masa, sino solamente de los filósofos (es decir, la suya; y todos los demás: ¡sofistas!). Y ahora que se las ve negras, lo olvidó todo y se encoleriza, disparata e insulta”. ¡Pero no insulto ni alabo nada! Ni me quejo de que muero injustamente a causa de los injustos, ni me avergonzaría si muriera justamente.
No me importa librarme hoy con la traición de las leyes, como no me importaría si os dejara libre un rincón, después de unos pocos meses o años, con la voluntad de la Naturaleza. Os debo, incluso, un favor... Saliendo con desfiles y trompetas de un Nada hacia otro más Nada, m’ apetece burlarme de vosotros y de mí mismo.
¡Qué queréis? Criticar quiere decir burlarse.
§ 16. Y cuando pienso que os enfurecéis con lo que os digo, pero que no podéis hacerme nada ni iros de aquí porque perderíais los tres óbolos, doy saltos de placer y de malquerencia.
Os quiero y me viene en ganas el abrazaros y besaros, como hacen los borrachos lloriqueando... Vosotros os aterraríais mucho más solamente con imaginaros a vosotros mismos en mi lugar.
¡Pensad que primero os han atado y luego os han dado a beber a la fuerza el brebaje del veneno! ¡Toma!, y empezaron los dolores y los espasmos, la cristalización de los ojos, y espuma 43
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en la boca; la congelación de los pies sube deslizándose poco a poco, y clava sus uñas primero en el estomago, y después en el corazón... ¡Y esto es todo!... No os sobéis la barriga, atenienses.
Queman como las placas del horno. Allí dentro no trabaja ningún veneno, pero bailan (o bailarán dentro de poco) todos los bienes de Dios: hígado de cabrito asado a la brasa, palometa del Mar Negro en salmuera, salchichas de cerdo con abundante pimienta y ajo, nueces, uvas pasas, vino (¡mucho vino!), ¡y música de viento! ¡Sois inmortales! Y seríais, digamos, más inmortales si el Destino os engendrase con una cola de caballo, que se moviese sola de izquierda a derecha, como un abanico, para espantar las moscas que os pican en el momento en que dormís y en el que juzgáis, ¡cuando juzgáis dormidos...!
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SEGUNDA PARTE
Cuando me vi a mí mismo tieso sobre el lecho, con la cómica
solemnidad que tien toas las reliquias, y a mi alrededor, como tristes Magdalenas, el patriotismo de los acusadores, vuestra propia infalibilidad y la virginidad de las leyes, me reí de todo corazón. Porque, como sabéis, los piojos huyen de los muertos y se van a los vivos. Y cuando os vi a vosotros, los vivos, apestando de arriba abajo como carroña de diez días (uno que tiene calenturas, otro una hernia y otro costras... sarna... tuberculosis...) y pese a esto con ganas de sacarle el ojo al de al lado, entonces mi mente se fue a los animales: cuantos se comen a los demás se creen a sí mismos inmortales; y cuantos son comidos es imposible que no crean que resucitarán un día en una vida mejor.
§ 2. Y después pensé: Sócrates, tío, en lugar de mantenerte sobre la tribuna “sereno de aspecto y postura”38 burlándote de ellos, si tuvieran tendido ante ellos tu cadáver para juzgarlo, como juzgan los jueces en el tribunal del “Pritaneo”39 las cosas sin vida: los ladrillos, las cáscaras de melón, los ganchos de la carnicería...
¿sabes qué ocurriría? Se juntarían a tu alrededor, se agacharían para mirarte durante largo tiempo, menearían lastimeramente su cabeza y después dirían: “¡Era bueno el desdichado!... ¡Mira cómo ha mejorado de muerto! Se cerraron sus ojos zorrunos, se enflaquecieron sus labios hinchados, se estrechó y se alargó su aplastada nariz... ¡Ha quedado de maravilla! ¡Recordáis qué gracia tenía cuando sacudía sin compasión a los sofistas y a los farsantes?... Hizo un gran bien al estado. Por esto no le fue bien...
Vivió y murió como un tirado... Y aquí, entre nosotros, el que se perjudica con sus palabras y con sus acciones puede ser un tonto, pero no es un bribón; y quien gana con sus acciones y con 38
Jenofonte, La apología de Sócrates, 27, 2.
Edificio donde se reunían los prítanos para arreglar los asuntos de administración diaria de la polis.
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sus palabras, a éste le apestan la palma de las manos y su alma...
¿Sabes qué digo? Que le hagamos un entierro a expensas del estado. Se necesitan ejemplos para nuestros hijos.” § 3. Pero ahora que no tuve la suerte de morir yo solo, me matáis vosotros... y también para ejemplo. Os hacía falta una víctima...
no para que aprendan vuestros hijos a amar la virtud, ¡sino para que teman la democracia! Os hacía falta una víctima muy grande para pagar los crímenes de la tiranía de ayer y bloquear el camino de su regreso. Ya que se escabulleron los culpables, me cogisteis a mí, el “maestro” de Crítias40 y de Terámenes41 el chaquetero; a mí, el detractor del gobierno de la masa; a mí, el Tábano, que os tocaba las narices... Mi cuerpo (huesos y carnes) no pesa, seguramente, en la balanza de Némesis42 tanto como los mil quinientos cuerpos de los asesinados por los tiranos; sin embargo pesa mi nombre, ¡y pesa mi alma! Aunque todos vosotros, hasta cien generaciones, entraseis como un racimo en el platillo de la balanza, incluso entonces pesaría yo más...
§ 4. Surgirán, después de muchos años, muchos amigos y detractores míos, gente de aquí y de fuera, del presente y del futuro, que montarán un gran jaleo sobre mi muerte. Me llamarán “el mejor de los griegos”, “ruiseñor de las Musas”, “el más justo”, “el más sensato”, “corona de Grecia”. Vuestros hijos me construirán una iglesia, el “Socrateo”, y me ofrecerán sacrificios cada año, en primavera... Me adorarán como a un dios43 (a mí 40
Hombre de estado y filósofo ateniense, muerto en el 404; jefe de la oligarquía de los Treinta. Discípulo de Sócrates.
41 (455 - h. 404 a. C.) Político ateniense, jefe del partido oligárquico moderado en la revolución del 411. Condenado a muerte por Critias durante la dictadura de los Treinta.
42 Divinidad que personifica la venganza divina.
43 Junto con Platón, Sócrates aparece representado en el iconostasio de muchas iglesias, sobre todo en el norte de Grecia.
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no me permitíais que tuviera un céntimo de demon...). ¿Y por qué razón? Los primeros, para pegar su nombre junto al mío y ser escuchados junto a mí; y los segundos para mostrar que si yo viviera en sus tiempos ¡me comprenderían y me honrarían!...
Trivialidades. Éstos y aquellos exagerarán mi valía y serán injustos con vosotros; dirán mentiras y creerán mentiras...
Vosotros y la Ley cumplisteis con vuestro deber. Sólo que no me castigasteis porque infringí la Ley, ¡sino porque me mantuve incapaz de pisar sobre ella y pasar!... “Comete injusticia Sócrates siendo débil, como pobre... ¡¡Pena de muerte!!”. Así tendría que decirlo la denuncia.
§ 5. Si me juzgaseis uno a uno por separado, atenienses, me declararíais inocente; siendo tantos, no podéis... Cuanto más se juntan entre ellos y forman masa, tanto menos es su juicio y más su maldad. Y si estuvieseis juntitos quinientos escogidos sabios (quinientos Sócrates, que digamos), no formaríais ni medio Bertoldo44; ¡no ahora, que sois quinientos Bertoldos!...
Masa, Opinión Pública, —enorme Chucho atado a una estaca a pleno sol. Todo el tiempo lo pasa durmiendo, se rasca su sarna y se lanza rabiosamente en cuanto alguien quiere sacarlo de sus costumbres, desatarle la cadena. Así también vosotros, en cuanto os denunciaron que yo corrompo la Religión, los niños y la Lógica, os precipitasteis a miles sobre vuestros pies y comenzasteis a sacudir esas Simplégades45 que son vuestras mandíbulas, para fundirme allí en medio... Si comiese llamas y devorase espadas, como los saltimbanquis de feria, no os sorprendería, porque creeríais que verdaderamente me trago las espadas y me como las llamas. Y si fuera un curandero que os hartara de orines y porquerías, creeríais que me debéis vuestra vida. Me 44
Personaje de una narración de G. C. Croce, 1606, un campesino de fealdad y sabiduría proverbiales.
45 o Rocas Azules, un pasillo de rocas míticas que se juntaban cuando una nave intentaba atravesarlas, para aplastarla.
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comprenderíais y me pagaríais. Pero ahora me escuchabais decir a menudo, sonriendo, que “no sé nada”. ¡No sé nada!... Esto no lo comprendéis... ¡De manera que soy un perfecto Maligno!... ¡Un fulano es capaz de todo!...
§ 6. Yo ponía a los demás a decir lo mismo y a creer realmente que lo que saben ¡es mentira!... Y a buscar para encontrar la verdad.
Pero vosotros, atenienses, primero os preocupasteis y después os enfurecisteis... ¿Hasta dónde llegaría este asunto? Sabéis que cuanto menos piensa tanto más sesudo es el ciudadano, y cuanto menos habla tanto más libre. ¿Y si, de repente, así porque sí, con el busca que te busca, Quijada encontrase que es más justo comer que ayunar? ¿Y si no le bastase esta locura, sino que comenzase a pregonarlo a voces? Antes, pues, que estallase la tempestad quisisteis parar los malos vientos. Pero los malos vientos (...
¡los buenos!) los habían traído los sofistas. Yo, entonces, como una miserable Opinión Pública, les ladraba y les mordía el trasero... Sin embargo, para acabar conmigo me encasquetasteis el sambenito de que yo era ¡el sofista de los sofistas!... ¡Ojalá lo fuera!...
§ 7. Y para acabar conmigo más fácilmente me encasquetasteis también otro sambenito: ¡que era ateo!... ¡Ojalá lo fuera!... Tenéis al ateísmo como el medio más seguro para irritar al Perro e incitarlo a defender con sus dientes vuestros distintos bienes. A los enemigos de vuestra felicidad, muy sabiamente, los hacéis enemigos personales del Perro. Para libraros de Alcibiades46, al que el pueblo quería y admiraba por su belleza, por su riqueza y su lascivia, lo acusasteis de ateo. Y el pueblo, el Perro, olvidó sus amores y lo persiguió hasta el final del mundo. Porque le 46
(h. 450 - 404 a. C.) Político y general ateniense, sobrino de Pericles.
Discípulo de Sócrates. Acusado de la mutilación de los Hermes huyó a Esparta. Asesinado por el sátrapa persa Farnabazo, por orden de los Treinta.
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enseñasteis a esperar su felicidad del cielo, ¡y a no pedírosla a vosotros! ¡Pues si le coges la esperanza del nada, se lo coges todo!, ¡y te destroza!
§ 8. Si llegarais a mi casa, veríais en la pared iconos colgados, la candela encendida, nuestras coronas nupciales dentro de sus estuches de hojalata. Y en la iglesia me veríais besar la mano del cura. ¿No os bastaba esto? ¡Qué os importaba si yo creía o dejaba de creer? Basta con que pareciera creyente... La verdad, como no quería jaleos con Jantipa ni con el Perro, la Masa, la dejaba disfrazar las paredes con iconos. Besaba también la mano del cura ante los demás para chincharlo: “¡Mecachis”, decía él, “este descreído me sobrepasa en tartufismo!”.
§ 9. Yo decía que existía dentro de mí un demon que me conducía. ¡Tenía que decirlo para que, de alguna manera, expliquen los simples por qué mi mente sobrepasaba las mentes de los demás!... ¡No quiere decir que con esto yo destrozaba la religión! Existen tantos pequeños dioses (¡como hormigas!... ) que ni los contamos jamás ni sabemos sus nombres... Y si en cada fuente, en cada árbol, en cada agujero anida un pequeño dios, ¿por qué no iba a anidar también dentro de Sócrates, que para los dioses es una madriguera más digna que un pedrusco, que un charco, que un leño de estufa... y que cualquier agujero?
Y si dentro de cada loco entra algún dios que lo enloquece, ¿por qué no iba a entrar también en el sabio Sócrates para hacerlo más sabio? Y si todas las enfermedades, la embriaguez, el dormir, el soñar, la muerte, y hasta el estornudo y la tos son dioses, ¿por qué no iba a serlo también la Burla?
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§ 10. Aceptemos que fuera mi demon un nuevo diosecillo...
Hasta aquí cada cura castrado del Oriente trae y os sirve algún descarado dios como Sabacio47, Cotitó48 y Afrodito y vosotros los recibís y los adoráis de buena gana. Y si por tales dioses os ponéis faldas y pantaloncitos con encajes y danzáis poseídos, balanceando como mujeres vuestro vientre y vuestras ancas; y si encontráis una cosa que agrada a Dios el consagrar a vuestras esclavas y esclavos, a vuestras hijas e incluso a vosotros mismos a Afrodita, a Atenea, a Apolo y entregaros como “cuerpos sagrados” a los chulos, para que trapicheen y gorroneen los Kérices49, los Eumólpidas50 y demás parentela curil, ¿qué os molestó mi humilde demon, que vivía, prudente y ordenado, dentro de mí y me aconsejaba, quizás, para encontrar lo correcto, sin pasar la bandeja ni pedir templos ni sacrificios? Ni tampoco os obligaba a descalzonaros en su honor. Y al fin y al cabo, cuando yo muera también él se irá conmigo, ¡para no volver de nuevo los dos, nunca más, a vuestro maldito país!
§ 11. He aquí qué dicen ahora en su interior los mejores cabezas de familia de entre vosotros: Festejo cuatrocientos días al año, me emborracho, me revuelco en el fango, zurro a mi mujer, desvalijo el cepillo de la iglesia, hago contrabando, vendo timando en el peso, tomo falsos juramentos, soy un soplón, ¡y no molesto a nadie! ¡No voy a enseñar a los demás el ateísmo!
Puede que yo no crea, pero ¿y la muchedumbre?... Los ridículos gusanos del campo, los engrasados ratones del puerto, los 47
Dios frigio cuyo culto tiene carácter orgiástico. Asimilado con frecuencia a Dioniso.
48 Diosa de la impureza, cuyos misterios eran tan licenciosos, que se tenía gran cuidado de ocultarlos a los ojos del público. Sus sacerdotes eran tenidos por los hombres más infames. Alcibiades se inició en estos misterios.
49 Familia de sacerdotes de Atenas, los “Heraldos”, se dedicaban a determinados rituales eleusinos.
50 Familia de Eléusis, dedicada a los ritos de dicha ciudad.
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famélicos perros del mercadillo, si pierden la fe en Dios ¿quién los refrenará? ¡Que primero se les eduque!... ¡Para hoy es un asunto prematuro!... La religión, o sea, es el cimiento de la patria y de la moral. El pueblo sin el temor de Dios ¡se echará a pillar los dineros y las propiedades, los “esfuerzos” de los demás y a empalar a sus carceleros!... No conviene, no queréis que os imite el pueblo. Le arrojáis a sus pies mi desgraciado cadáver para que no olvide que el ateísmo es el mayor pecado...
§ 12. ¡Pero estropeaba también la moral! ¡Seducía a los niños!
¿Qué niños? Tós mis alumnos habían pasado los cuarenta... Y no eran “alumnos”, eran amigos míos... Si los niños me seguían, no podía echarlos... Los niños quieren bromas y risas... Filosofías y cosas así no las aguantan, ¡toman el pelo al maestro, se hartan y hacen novillos!... Les enseñaba, decís, que tienen el derecho de atar y zurrar a sus padres cuando éstos se emborrachan y pierden su dinero en el juego y en las mujeres, y cuando chocheen o enloquezcan. Estas cosas no se las decía a los niños, ¡se las decía a los padres! Hay, pienso, alguna diferencia.
§ 13. Me diréis: “¿Y Alcibiades? ¿No tenías como alumno a Alcibiades?”. ¡Y quién soportaría el no tenerlo? Un bello muchacho, rico, vivaracho, de familia distinguida, un poco alocado, testarudo e indómito, pero listísimo, — ¡el muchacho más despierto de Atenas! ¡Ah! ¡Mucho más fuerte que yo!...
Entrenaba mi alma cerca de él para que ella venciera sus pasiones... para que no se inmutara ante la riqueza, la belleza y la juventud... Por lo tanto, yo era su alumno y no él el mío. Y llegué a creer y a pregonar que el amor espiritual, es decir, el no natural, ¡limpia el alma y extrae las ideas!... Por esto, también, yo gritaba que tienen que cerrarse las tabernas y los templos de Afrodita. Vamos, entonces se enfadaron los tesoreros públicos y la parentela curil, porque se reducirían sus ingresos. Y me acusaron de querer destruir... ¡la familia griega!...
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§ 14. ¿Qué? ¿Era peligroso para la Democracia? ¡Peligroso yo, y vosotros democracia!... Pero a los peligrosos, ¡oh atenienses!, no los juzgan. Los reverencian doblando el espinazo o los asesinan de una puñalada trapera. Y cuantos pueden llegar a ser peligrosos un día, porque los estima el pueblo, os adelantáis y los desterráis. Si yo fuera peligroso, pondríais algunos drogotas para acuchillarme, sobornaríais a mis cocineros para que me echaran veneno en la comida, en el vino, en el café... Un peligroso ni es juzgado ni se defiende... Juzga y mata. ¡Porque ocupa el poder!
Y sólo cuando lo pierde entonces podéis juzgarlo, si os atrevéis...
¡y si lo pilláis!
§ 15. Peligrosos eran Pisístrato51 y sus hijos52, Alcibiades, los Treinta. También lo hubieran sido Cilón53 si hubiera conseguido tomar el poder, y Arístides54 si hubiese sido menos “justo” y más canalla. Tales hombres os roban, os matan, os destierran, incluso os llaman “traidores”. ¡Y vosotros sin rechistar! Y si yo, en lugar de parlotear en el mercadillo, matara a unos cuarenta mil de vosotros, y aposentara a los enemigos en Tatoi55, para que pillaran vuestros animales, cortaran vuestros olivos y vuestras viñas, quemaran vuestros campos, y vosotros murierais de hambre y peste, como animales, encerrados en la Fortaleza; y si desterrara a algunos miles de vosotros, a los más ricos, para meter mano en sus propiedades; y si abriendo las puertas de la ciudad
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(560 - 527 a. C.) Primer tirano de Atenas.
Hipias e Hiparco.
53 Noble ateniense que, hacia el 630 a. C., conspiró para ser tirano de Atenas.
54 Estratega y hombre de estado ateniense. Combatió con éxito en Maratón. Condenado al ostracismo en 484 a. C. Llamado después a Atenas, organizó la Confederación de Delos, y fijó la contribución de cada uno de sus miembros, lo cual le valió el sobrenombre de “Justo”.
55 Barrio de Atenas donde estaba situado el Palacio Real.
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dejase entrar a los paleomoraitas56, a los sofianos, y a cualquier otro cabrón, para que me sentaran sobre vuestro cogote como un salvador, ¿quién se atrevería a decir ni pío? ¿y a juzgarme?
Todos los aventureros correrían junto a mí y se convertirían en mis lamerones. Y los “buenos patriotas” golpearían sus huecas cabezotas contra la pared, porque no llegaron primeros a hacerlo peor ellos mismos y a enriquecerse más.
§ 16. ¡No! No temisteis a Sócrates, sino que quisisteis asustar a los demás con su muerte. Vuestra democracia no se mantiene bien sobre sus pies. Las largas murallas de Atenas y del Pireo yacen en el suelo hechas una pena. Barcos, no tenéis. “Aliados” que paguen gabela para zampárosla, no tenéis. Con todas las matanzas y destierros que habéis hecho, se esconden entre vosotros muchos que añoran los buenos tiempos de la tiranía; porque ahora pierden cuanto ganaban entonces, como también vosotros intentáis sacar de nuevo cuanto perdisteis entonces. El que está en el ajo teme el cambio; y el caído lo desea con ganas y lo prepara de cualquier manera. La pobre gente se queda en medio y paga los platos rotos; lo pasa lo mismo de mal con los regímenes ilegales que con los legales, o con la tiranía que con la libertad. Para que no comprenda y no se oponga le contáis mentiras y la asustáis. Hay pueblos que viven en los bosques, no tienen leyes, se comen sus piojos y, sin embargo, aman su libertad. ¡Pueblos bárbaros! Nosotros vivimos en el más bello estado del mundo, tenemos las leyes más sabias, no nos comemos nuestros piojos y amamos a los bribones que nos comen.
§ 17. Los Treinta mataban y robaban sin excusas. Suprimieron leyes, tribunales, asambleas —¡la soberanía del pueblo! Y formaron su propio parlamento con matones y navajeros. “¡A éste lo matamos nosotros!” —una palabra y ya está. Sabían que 56
Término usado en vez de lacedemonios o espartanos.
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estarían poco tiempo y se daban prisa. Vosotros queréis estar para siempre y os valéis de excusas. Y por esto pensasteis restringir los derechos políticos solamente para cuantos tienen propiedades y son de familia bien, para retener lejos del Tesoro Público a cinco mil pobres. Aquellos impidieron la libertad de palabra y la enseñanza de la retórica; vosotros vais a impedir la libertad de pensamiento y la enseñanza de la filosofía. De aquellos tomasteis el barato y rápido medio de muerte, la hedionda hierba que hoy me dais a beber. Vuestra democracia es, como veis, una tiranía enmascarada.
§ 18. “Nosotros no conocemos procuradores. Aplicamos las leyes”, escucho a alguien que grita. Y yo os digo: ¡Solamente si hubieseis infringido la ley no habríais cometido una injusticia conmigo! Porque el objetivo de las leyes no es castigar a los culpables sino a las víctimas, e impedir a los que han sido robados que roben también ellos. Ley quiere decir voluntad de los poderosos e impotencia de los abúlicos. “La justicia no es otra cosa que el interés del más fuerte”57. Así más o menos hasta yo solo me lo olí, pero aquel Polo58 se me adelantó y lo campaneó y me obligó a contradecirle. En nuestro idioma “mejor” también significa poderoso. Solón59 no tuvo ningún reparo en alabarse a sí mismo de que trajo el orden a un estado turbulento: “con la autoridad, combinando fuerza y justicia”60. Pero, en otras palabras, aseguró con la fuerza la justicia, es decir, el interés de los poderosos.
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Platón, República, 338.c.1.
(s. V - IV a. C.) Sofista siciliano, de Agrigento, es uno de los personajes que participan en el diálogo platónico de Gorgias.
59 (640 - h. 560 a. C.) Político ateniense, legislador y poeta.
60 Solón, 24D. Aristóteles, La constitución de los atenienses, 12.4.18.
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§ 19. ¿Y quiénes son los poderosos? No aquellos que tien los cuerpos más fuertes y entrenados: los luchadores61, Milón62, Heracles, Heracles el cerebro de mosquito, que con todos sus brazos de acero se convirtió en el juguete de una tía, en una damisela con rueca y vestidos63. Ni aquellos que tienen los cerebros más fuertes e inútiles: filósofos, poetas satíricos y tós los misántropos y viejos maniáticos. Ni aquellos que tien las almas más fuertes: un Prometeo, un Leónidas, un Cinegiro64, personajes míticos, ¡seres de la fantasía de los miedosos! Los poderosos, en todo lugar y en todo momento son los ladrones.
§ 20. ¿”Cuentos”?... ¡venga, pues, os voy a contar también un cuento para que descanséis! Érase una vez unos ladrones de la primera ciudad del mundo, que cuando se enriquecieron lo suficiente decidieron arreglar su vida. Rodearon al resto de los pobres de la ciudad y cuando los juntaron en la plaza les dijeron: “¡Arriba las manos! Queremos vuestro bien. No os cogeremos vuestras palas, vuestros picos, vuestras azuelas, vuestras alforjas, vuestras espuertas con vuestras gachas, vuestras agujereadas camisas con piojos y vuestras chozas sin suelo que hacen agua cuando llueve. ¡Sois libres! —(¡arriba las manos!). Libres para vivir como os dé la gana, para ganar, juntar unos ahorrillos, emborracharse, bailar, engendrar y morir.
Nosotros os enseñaremos... ¡las verdades! Os daremos una rica fantasía y un corazón sensible; os daremos hasta un alma inmortal. Y aquél de vosotros al que le agrade, ¡podrá escribir 61
Aquí Várnalis utiliza un término que denomina a los competidores de lucha turca.
62 (s. VI a. C.) Atleta de Crotona, seis veces vencedor en los juegos Olímpicos y otras tantas en los Píticos.
63 Se refiere al episodio de Ónfale, reina de Lidia, y sus relaciones con el héroe.
64 Hermano de Esquilo, combatió y cayo en la batalla de Maratón (490 a. C.) en un valiente intento de apoderarse de una nave persa.
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poemas, fabricar teorías y cubrirse de gloria! ¡Vosotros seréis el pueblo soberano! Nosotros solamente os gobernaremos. Nos ocuparemos de la seguridad de vuestra vida, de vuestro honor y de vuestras propiedades —en una palabra, de vuestra libertad.
Vosotros trabajaréis como queráis, lo que queráis y cuando queráis. Nosotros os daremos trabajo, con tal que se encuentre, y vosotros nos daréis vuestros sueldos. Y para que no penséis que os perjudicamos, pagaremos también nosotros el mismo impuesto al Estado —¡a nosotros mismos!
§ 21. «Tanto vosotros como nosotros tendremos sobre nuestras cabezas a los mismos dioses, que os ordenarán a vosotros trabajar y no comer, y a nosotros sentarnos y comer. Tanto nosotros como vosotros tendremos sobre nuestras cabezas las mismas leyes, que nosotros os daremos y vosotros votaréis como diputados y las aplicaréis como jueces frente a vosotros mismos. Y para que no caigan sobre nosotros piratas y bandoleros de otras tierras y mares, que se apoderen de vuestros ahorros y os cojan como esclavos a vosotros, a vuestras mujeres y a vuestros hijos, os armaremos, os entrenaremos, para que podáis defender a vuestros dioses, a vosotros mismos y a nosotros, es decir, a la patria. Morir vosotros para que vivamos nosotros. Y ya que vosotros solos no podríais pensar en vuestro provecho y protegeros a vosotros mismos, os obligaremos a la fuerza (¡arriba las manos!). Sólo una cosa os prohibimos: que uno robe a otro. Porque podríais robarnos incluso a nosotros.” § 22. Así pues, el pueblo trabajaba libremente y libremente pensaba. Y cantaba alegremente en las tabernas como el mirlo en la rama (¡en la jaula!). Y sus salvadores se tumbaban panza arriba en calientes palacios durante el invierno y bajo floridos árboles en verano —y un montón de bellas mujercitas les despiojaban el cogote y les soplaban en las sienes (¡es muy útil!). Su felicidad era la fuerza de la patria, y su desvergüenza una purificación. Y 57
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aunque alguna vez el pueblo, hartándose, los echaba, enseguida buscaba a otros que le robaran: no podía ya vivir ni pensar sin “salvadores”.
§ 23. Reíros con razón, atenienses. ¡Tal extraña ciudad ni existió ni existirá nunca! Veis, un cuento. ¡Ahora me pediréis una moraleja! ¡Dónde encontrarla?... Os digo solamente: “Ay de aquel ciudadano esclavizado por su voluntad, que llegando al final de la desesperación se entrega, para salvarse, a la misericordia de Dios y a las leyes de los Ladrones”.
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TERCERA PARTE
“¿Qué esperas d’ un hombre marcado, retorcido y con el alma
envenenada? Holgazaneando todo el día en el mercadillo la tomaba con los demás que se ocupaban de su propio trabajo. Para él ¡aquellos tenían la culpa de su propio desastre! Y todos huían de su lado —¡evita al diablo y evitarás santiguarte! ¡Y después él mismo alardeaba de no buscar pago alguno por su sabiduría!...
¡Lo único que nos faltaba! ¡Que se nos suba a la fuerza y encima pagarle!... ¡Ahora le dimos la paga que se merecía! ¡Mañana no seremos ni más ricos ni más pobres! ¡Pero tendremos un lío menos!” § 2. Vosotros, atenienses, tomáis a los espantapájaros por verdaderos hombres y a los vientos por dioses; yo, a los hombres por falsos espantapájaros y a los dioses por vientos. Vosotros soñáis y yo veo. Veo porque tengo más cerebro, el mayor que se engendró jamás en vuestra tierra. Y puesto que podía ver, por ello todas las cosas se me aparecían negrísimas y feas. Cuando comprendí que los que me rodean no son almas ni espíritus, sino bandullos, y la vida no tiene más meta que la muerte, no perseguía la felicidad ni me esforzaba en ser mejor —¡lo era!
Me abandonaba suave y lentamente en mis debilidades —¡en mi fuerza! Perezoso, burlándome abiertamente de vosotros y a escondidas de mí mismo, intentaba olvidar el hoy, el ayer y el mañana —es decir, la muerte.
§ 3. Yo no era Apolo para despellejaros de una vez por todas con el pedernal; era el hijo de una comadrona, ¡una familia vulgar! Os despellejaba, pues, cada día con mi sabiduría —¡con la burla! No os mejoraba en nada, solamente os enfurecía y comprendía que al final acabaríais conmigo... Así me burlaba hasta de mi sabiduría: “no sé nada”, es decir, “¡esto que sé no vale nada!”. Así no perdía tampoco mi tiempo en escribir estas
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cosas. Si las escribiera quemaríais mis libros en la plaza, como quemasteis también los del gran Protágoras65. Sin esperanzas de nada me entregué para que me matarais de buena gana. No utilicé para salvarme ni la fuerza política, ni el dinero de mis amigos, ni mentiras, y ni tampoco verdades. Y aunque me dejarais abierta la puerta de la cárcel, no huiría. ¿Para vivir más? ¿Y no pensáis que envejeciendo aún más podría entrarme el miedo en mi agonía, arrepentirme y llamar al cura para que me confesara? ¡Que vergüenza!
§ 4. “¿Y por qué no desollaste primero a Jantipa, que te zurraba con la zapatilla?”... ¡Porqu’ era un filósofo! Reconocía que ella tenía razón. Le dejé a la infeliz tó el peso de la casa y yo daba vueltas por las calles, me juntaba con ricos y principales, con Alcibíades, Pericles, Critón66, Calias67 el Rico... Y me daba la gran vida. Los niños iban por ahí descalzos... Y aquélla les daba la educación que se necesita para convertirse en “buenos ciudadanos” como vosotros. Cuando blasfemaban, decían mentiras y robaban en los huertos del vecindario, ella no les pegaba; y cuando tropezaban, se golpeaban y se destrozaban la ropa, los molía a palos. “No os pareceréis al inútil de vuestro padre” Teníamos, claro, nuestra cabaña, nuestro gallinero y nuestro cerdo en el patio, quinientas cepas más allá de Gudí68, con unos cuarenta olivos... De todo se ocupaba ella y trabajaba sola. ¡Pero eso no era vida! ¡Con los años la desdichada se pasó!
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(h. 485 - 415 a. C.) Sofista nacido en Abdera, amigo de Pericles. Tuvo que huir de Atenas, acusado de ateísmo.
66 Fiel amigo de Sócrates. Platón titula con este nombre uno de sus diálogos.
67 (h. 450 - 370 a. c.) Noble ateniense, conocido por su riqueza y su extravagancia.
68 Localidad situada en las afueras de Atenas. En ella comenzó la llamada “revolución de Gudí” en 1909, golpe de estado que llevó al poder a Venizelos.
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Reñía por nada con las vecinas (yo me esfumaba muy temprano de casa). En cuanto aparecía en la fuente con su bidón, toas se retiraban más allá y le dejaban llenar la primera. Temblaban ante su lengua y sus uñas.
§ 5. Y si no le bastaba una vida mortificada durante tanto tiempo, fui y me casé de nuevo, yo, un sesentón desgarbado, con la nieta de Arístides el Justo, Mirtita, un alma bella como la de su abuelo, e inexperta jovencita que olía a leche. Empezando a tontear con la fresca cervatilla le hice sin esfuerzo dos niños —¡y además varones! Y no volví a mirar más a la anquilosada Jantipa.
Ella se volvió una fiera. Cada día desgreñaba, arañaba y dejaba en ayunas a la infeliz muchacha. ¡Y yo cómo iba a hablar?... Así se deprimió y languideció, se afeó. La abandoné, pues, también a ella —ya no me atraía. Yo frecuentaba a Aspasia, a Teodota69, los gimnasios... Seguro que yo tengo la culpa, pero también la tiene mucho más la Ley, que nos puso a tomar una segunda mujer para dar soldados a la patria. ¡Desgraciadas criaturas!...
§ 6. ¡Que trabaje!... ¿En qué voy a trabajar? Una vez en mi juventud hice de marmolista al lado de mi padre. Como me quemaba el deseo del cuerpo femenino me puse, para calmar mi alma, a esculpir a las Gracias en cueros, en las que creía y al mismo tiempo deseaba. Cuando las acabé me encontré que estaba enamorado de ellas... Y más tarde, muy a menudo, tomaba la cuesta de la Acrópolis para verlas y recordar los viejos tiempos.
Pero ahora ya no tengo las picazones de la juventud y no creo ni en los dioses ni en las creaciones del Arte... Como mucho podría abrir un negocio en la calle del Descanso para hacer y vender cruces de mármol y ángeles para las tumbas... De todo esto sólo podría ahora burlarme. Mucho cerebro, una gran preocupación.
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Hetera griega contemporánea de Sócrates, Jenofonte la menciona en su obra Recuerdos de Sócrates.
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Me ató las manos: no puedo hacer ya nada. Quizás “trabajar” como vosotros, que cruzándoos de brazos gemís sobre quién se burlará del otro y quién se venderá más.
§ 7. Alguna vez, cuando el honor de la patria y la lista de reservistas me llamaban para matar a los enemigos o para hacerme matar, era el primero en pelear y el último en retirarse —y me burlaba en mi interior de la guerra. Reflexionaba sobre cómo después de la batalla mis compañeros se lanzarían por las cercanías para degollar a la población civil, robar lo que pillaran y violar a las mujeres. En el vino nadie rivalizaba conmigo.
Podía beber copa tras copa veinte horas seguidas mientras mi pandilla se revolcaba por el suelo boca abajo y boca arriba, entre sus vómitos; yo, erguido y con la frente alta, saludaba al sol, que avanzaba maravillosamente, y olvidando todas mis miserias escupía con indiferencia en la cumbre del Olvido. En el Amor —¿qué voy a decir? Vosotros solos me apodasteis cabrito divino, es decir, sátiro. Únicamente en la comida no era tan devoto. Comía una vez al día y poco. Estaba muy gordo y eso me perjudicaría.
Quería tener ligero mi estómago, para tener también fresca y alegre mi mente.
§ 8. El que duerme mucho y come poco (verduras, judías, aceitunas y pan de cebada) no sufre apretones. No se oxida y no se agría su sangre, no le salen granos, forúnculos ni almorranas.
Echaba por lejanos campos con la primera rosada aurora. Allí escogía algún lugar alegre en el borde del pinar, frente al sol para verlo y que me deslumbrara, y ofrecía con devoción una hecatombe entera a la Diosa Madre... Y la diosa lo anotaba en sus registros. ¡Me aclaraba los ojos, me agudizaba la mente, me daba humor y paciencia!... ¡Ah! No habría sido tan gran hombre si hubieran tenido algún defecto mis desagües. Tenía el estómago de un pavo. Podría tragar y digerir nueces con sus cáscaras, clavos oxidados y puñados de arena. ¡Mirad mis dientes! Treinta 62
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y dos almendras... Y sin embargo comía poco. Podía, pues, no trabajar, es decir, no dedicarme a la política.
§ 9. Teniendo tan fuerte constitución y tanto humor, ¿cómo no desparramaba alegría ni bondad, sino que destilaba por todas partes veneno y bilis? Porque tenía un gran cerebro —y os veía completamente como si fuerais de cristal. Y ya que sabía que yo solo no os corregiría, me burlaba. ¡Ah! no es una cosa tan fácil la burla. Es un juego y un arte al mismo tiempo. Debes tener mucha imaginación, juicio y experiencia de la vida. Y que puedas jugar con todo esto ligera y brillantemente, sin esfuerzo. La burla no es el principio sino el fin de la filosofía. Se necesita que hayas pasado antes por el drama de la reflexión y de la desesperación para que llegues a la risa, —a la sonrisa amarga, ¡y eso si puedes llegar!
§ 10. La mayor parte de las veces intentaba no veros. Alguna vez iba al mar, alguna otra vez a las palestras. Los chicos con sus cuerpos ceñidos, flexibles como las espigas, conseguían distraerme como las mañanas primaverales frente al inmenso mar. Risas, gritos y porfías... un aire alegre que me embriagaba y me hundía en una dulce melancolía. Quería convertirme en un muchacho atolondrado, y me daba por levantarme y revolcarme con los demás entre el polvo y la polvareda, como los burros en el verano con la albarda sobre el lomo, —¡y rebuznar, rebuznar! Si en aquel momento se me acerca alguno para hacérseme el listo, me lo como crudo. Después, cuando me iba, marchaba agachado y pensativo de pared a pared, y contaba mis pasos... diez...
trescientos... mil... dos mil... Sin darme cuenta me encontraba de pronto en los prados. ¡Toma! ¡toma! ¡toma! Golpeaba las espigas con mi bastón y las tendía por el suelo, así me desahogaba y olvidaba que ni yo me convertiré en niño ni vosotros en hombres.
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§ 11. ¡El verano! La época dorada de los pobres... Sólo el verano vivía de lleno en mi cuerpo y en mi pensamiento. Todo mi ser gritaba y crujía alegremente como un álamo en la colina, lleno de destellos, pájaros y cigarras. Y en la raíz, mi alma enroscada, con la cabeza clavada en lo alto, ¡se calentaba al sol y bajaba más veneno a los canales de sus dientes! Y ¡ay de aquél al que mordiera!... Fuisteis, pues, a condenarme en el esplendor del verano, ¡en Mayo con las flores!... ¡Justo en el momento en el que tengo el mayor veneno!... Si fuera invierno no diría palabra.
Pero ahora me divierto y disfruto mordiéndoos.
Aquí Sócrates tragó saliva, tosió dos o tres veces y continuó.
Contó en el tribunal un día de su vida.
§ 12. Durante toda la noche, tumbado en el patio sobre capotes y sacos bajo las estrellas, no podía cerrar un ojo: mosquitos, chinches e ideas. Los mosquitos me los enviaban las estrellas, los chinches el muro (la casa es antigua, pues), las ideas la malicia. ¡Ésta es, creo, nuestro elemento divino! Mi mente trabaja: y cuando me adormezco sigue trabajando... Rumio las conversaciones del día, las pongo en orden, las aclaro. Entonces encuentro las más mortales réplicas, las que ensartaré por la mañana en el Ágora... Espera y verás lo que voy a hacerte, señor Mengano... Poco a poco se tranquilizan mis adentros y muy despacio se cierran pesadamente mis ojos. Nada más enrojecerse las mejillas de la Aurora salto arriba como un gallito y comienzo a charlotear: a fastidiar a Jantipa...
§ 13. Después de traerme murmurando mi vinillo mañanero dentro de un cuenco de barro va al pozo y sube agua. Endespués me derrama el cubo lleno en plena cabeza. Y mientras me seco muy deprisa con las mangas y me peino la barba con los dedos...
ella arrecia su cantinela. “No me has dejado dormir en toda la noche. Pataleabas, roncabas, rechinabas tus dientes y apestabas a 65
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ajo. ¿No te dan vergüenza al menos los niños?” (Todos dormimos en el patio, echados por el suelo, uno junto a otro). Venga, entonces yo saco las alas, le pico en el brazo... y ¡carretera! Si no me insulta muy de mañana ¡estaré avinagrado y desganado todo el día!...
§ 14. Antes de que avance media caña el sol, corto una punta de albahaca y me largo de casa. Una pareja de gorriones se asusta repentinamente y trazan en el aire dos líneas luminosas desde los excrementos de la calle hasta la copa del melocotonero de al lado. Doblo a la derecha y echo campo a través... huertos...
arroyos... para respirar profundamente... para desahogarme... Se escuchan a lo lejos, en las carreteras, los primeros carros que bajan a Atenas llenos de verduras frescas y frutas. Al poco, en el empedrado de las callejuelas se mezclan las herraduras de las acémilas con el trápala de los arrieros. Palanganas y bidones vacían agua enjabonada y fregados donde se tercie. Toses seniles y gargajos restallan sobre las cabezas de los Dioses... ¡Los carcamales! Despertándose antes del amanecer van a juzgar o a reunirse en la asamblea por los cuartos... A medida que bajo al mercadillo, nubes de moscas, polvaredas, meados humeantes y un humano olor de garañón contaminan el virginal día.
§ 15. Columbro arrejuntados en la Stoa70 a Colias, Priftis, Dedés, Guicas, Dedeguicas... ¡a los grandes hombres! Está también con ellos el señor Mengano. Y si no está, llegará.
Me arrimo y doy los buenos días. Les cuento las noticias más importantes del día: lo del burro de Meletis, que rompió su cuerda anoche y se largó corriendo por Turkovuniá71, persiguiendo a una rolliza contorsionista; lo del vino del tío Cristos, que se avinagró y el médico no podía curarlo; lo de la de Lambrós el cura, que 70 71
Edificio situado al norte del ágora ateniense.
Una de las colinas de Atenas.
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puso en pie de guerra al barrio porque el pepino que le dio ayer el tendero ¡era pequeño y muy amargo!
§ 16. ¿Y quién era este Sr. Mengano? El sofista, el político, el poetastro. Cuantos se imaginan que son famosísimos y tienen como orgullo el decir mentiras. Los liaba. No porque quisiera parecer mejor que ellos. No vale la pena que uno sea primero o último entre los últimos que creen que son primeros. Los aplastaba, como aplastamos los chinches... ¡es decir, no buscamos mejorar ni salvar a los vecinos o a las futuras generaciones de los griegos! Solamente un lobo, el de Gubbio72, consiguió mejorar, ser temeroso de Dios y no comer carne viva, sino... achicoria cocida, que bajaba y la compraba muy temprano en el Mercado de Verduras. Por la más baja plebe, por vosotros, solamente sentía lástima. Vuestra mente, el corazón y la acción no son propiamente vuestros: sentís, chaneláis y hacéis lo que interesa a los Lobos. Los Lobos os enseñaron que es justo y deseo de los dioses el que ellos coman carne humana, y vosotros achicoria cocida —¡y eso si la encontráis!
§ 17. Los sofistas... ¡Que grandeza! Venían de muy lejos.
Altos, regordetes, alegres. Como grandes viajeros podían llegar a ser en una semana unos verdaderos atenienses de pura cepa.
Vistiendo rojos mantos, sembrados de estrellas doradas, rizados y maquillados ante el espejo, avanzaban lenta y solemnemente como reyes, con sus bastones tallados y con pomo de marfil.
Nos tomaban por provincianos —¿y acaso no lo éramos? Su pronunciación de afuera hacía su habla cantarina y melosa. Así el ceceo de los afilados labios o el ligero bizqueo de los ojos juguetones hacen a las coquetas jovencitas más pícaras y más deseadas. Cada una de sus palabras la aporreaban en vuestros oídos, como los cambistas aporrean los doblones sobre la piedra, 72
El lobo de San Francisco de Asís. Gubbio es una ciudad de Italia.
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pero a vosotros no os importaba distinguir las verdaderas de las falsas. El Pegaso de su retórica os subía orgulloso a la infinita profundidad de las alturas, y vuestro corazón, como la cueva del Penteli73, doblaba y triplicaba su eco. Perdiendo la tierra en vuestros pies, perdíais al final hasta vuestro propio yo, haciéndoos como las sombras del Mundo de los Muertos. Cuando entonces yo les preguntaba de pronto: “¿Tenéis derechos políticos para gritar tanto?” se les venía abajo la función. Y vosotros desde las alturas en que navegabais caíais de cabeza sobre las rocas de la tierra y os hacíais añicos, como las tortugas del viejo Esopo74.
¿Era, entonces, para no tragarme?
§ 18. A mí, por supuesto, me importaban un bledo mis derechos políticos. Nunca en mi vida fui a votar: a elegir yo solo qué ladrón me robará y qué verdugo me golpeará. Hablaba así a los sofistas para que vosotros os enfadarais y yo me burlase. Los sofistas se cotizaban bien... Cinco minas... ¡Cincuenta y dos mil quinientos dracmas de los de ahora! Esto quiere decir que su sabiduría valía tanto. Por el precio comprendes el valor de la mercancía. Yo, mi pobre conocimiento lo regalaba gratis y nadie lo aceptaba. Esto quiere decir que no valía nada. Pero quiere decir también alguna otra cosa: al insistir en dároslo a la fuerza y con peligro de mi vida, algún enemigo vuestro me estaría pagando. ¡Propaganda!
¡Los eslavos me pagaban por desarmar la máquina idealística del estado! Pero por poder ridiculizar la omnisciencia de sofistas tan cojonudos, no quiere decir que yo tenía razón, sino que era más artero y más astuto que ellos mismos. Podía hacer negro lo blanco.
Señal de los tiempos... Cuando con los cambios de régimen y las traiciones contaminasteis cada significado de justicia me echasteis a mí la culpa. ¡Yo, con mi enseñanza y mis burlas sacudí dentro del alma de cada uno de los ciudadanos su fe en las leyes!
73 74
Montaña del Ática, cercana a Atenas.
Se refiere a la fábula de La tortuga y el águila.
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§ 19. ¡Era entonces, también yo, uno de los sofistas! ¡Ojalá!
Tengo como un peso en mi alma el que burlándome de su retórica teatral al mismo tiempo ataqué sus grandes verdades... Cuando por fin conseguí expulsarlos me senté y reflexioné sobre sus supuestos. ¡Qué desastre dentro de mí! Siento mucho no haber tenido tiempo para abrir mi alma al mundo, ¡antes de que vosotros me la cubráis para siempre con una braza de tierra! ¡Ea! al final de mi defensa os soltaré las tarántulas que hierven dentro de mí desde hace tiempo.
§ 20. Y he aquí que arriba el político. Por delante van sus ojos chispeantes y por detrás él mismo. Antes de que pise el pie, prueba las tablas del puente con sus ojos, como el mulo. Tose secamente para que nos volvamos a mirarlo. Junto a nosotros están algunos amigos suyos. Le damos los buenos días y él se acerca, estrecha nuestras manos muy cordialmente y con fuerza. Con esta fuerte mano sostiene el timón de la Nave. ¡Nos ama y se sacrifica por nosotros! En atención nuestra le mete mano al erario público, para darnos a nosotros; y en atención nuestra pisotea las leyes, para salvarnos. Él nos enseñó a tomar falsos juramentos en el juzgado y a no mantener nuestra palabra en los tratos. Porque es un señorón, es también un gran general. Si vencieran los soldados, el se cubriría de gloria. Pero si fracasaran, a él no le pasaría nada. No tendría la culpa. Tendrían la culpa... os diré más adelante quienes tendrían la culpa. Y si entregara el ejército a los enemigos y les vendiera las fortalezas y huyera el primero de todos, ¿quién podría acusarlo?
¡Él era el Acusador Público! Si me desprendía de la pandilla y me presentaba ante él y le decía: “Señor Teodoro75, ¿por qué eres una escoria?”, sus ojitos se hundían profundamente dentro de sus órbitas, como los ratones a los que asusta el gato. Se quedaba helado el señor Teodoro. ¿Qué señor Teodoro? ¡Licón y Anito, hombre!
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Alusión a Teodoro Pángalos, general que dio un golpe de estado en 1925 y bajo cuyo gobierno Várnalis fue cesado de su puesto de profesor.
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§ 21. Enseguida la cosa se pone fea. He aquí que sus amigos y sus matones se arremangan. Lo miran de reojo a los ojos para que les haga la señal. Pero éste no está tan flojo. Toma mi conversación como una broma. Rompe a reír. ¿Sabéis por qué?
Mira mis gruesos brazos que han zurrado a muchos hasta ahora.
Además, se han juntado a mi alrededor otros muchos para ponerse de mi parte. No son filósofos, no son amigos míos: son también escorias como él. Son sus enemigos políticos. Se aleja riendo con los suyos. “¡Anda con cuidado!”, dice en sus adentros, “que yo te la haré allí donde no te lo esperes”.
§ 22. Los más zalameros de éstos miraban como halagarme para que no les insultara. Me aclamaban “filósofo máximo” y me enviaban a casa todo tipo de agasajos: huevos rojos y bollos por Pascua; lechones en Año Nuevo; arpilleras con yogur de Manolada76 en Febrero; codornices de Mani77 en Julio; y en mi santo dentones, higos, garrafas de vino y flores. Yo lo devolvía todo... aunque gritase Jantipa que soy un bobo. ¡Por el amor de Dios! ¡Querían cerrarme la boca! Reventaría... Una vez, además, algún poderoso de entre ellos me envió como esclavos a dos negritos de ciento sesenta meses, que no sabían griego, cabellos rizados, dientes nacarados, brazaletes de oro y pendientes...
¡”Para hacerlos”, me escribía, “filósofos”! Los envolví con media sábana (estaban en cueros) y los devolví de nuevo. ¿Quién los alimentaría? Muchos conocen esta historia. Aquel día todo Kolonaki78 se puso en pie. Salieron de sus casas y de sus tiendas y se alinearon en las aceras para verlos pasar cogiditos de la mano... ¿y qué diréis que cotilleaban sobre mí después? ¡Sócrates los echó porque quería que fuesen blancos!
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Pueblo del distrito de Ilía, al noroeste del Peloponeso.
Región del sur del Peloponeso.
78 Barrio de Atenas a las faldas del monte Licaveto.
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§ 23. Pericles, cuando oyó que se producía tanta conversación sobre mí, mandó a Aspasia para que me llamara a su palacio. Y ella me envió a Alcibíades. ¿Podía yo hacer un feo a este buen mozo y a la gran señora? Fui con el propósito de armarla. Pero en todo lo que les decía no me ponían objeción alguna. Y cuando critiqué a “Zeus Olímpico” por cuantas románticas fanfarronadas os dijo en su Epitafio, meneó riendo su puntiaguda calva y me incitaba a rajar de sus enemigos y a contar chistes verdes. Y Aspasia, riendo también ella, me acariciaba con sus divinos dedos como lirios esta vieja pelliza de aquí, que veis, y me decía en voz baja: “¡Quítatela, pobrecillo, te la remendaré!...” Me dedicaban grandes atenciones y me escuchaban con recogimiento y admiración. Pero no es por esto por lo que no insulté también a Pericles. Me dio su palabra de que se pondría de acuerdo dentro de poco con los moraitas79 y terminaría la guerra... Ahora lo veo, se burlaba de mí. El único que se ha burlado de mí en mi vida.
Si viviera ¡aún haría la guerra!... ¡Poder y guerra no pueden ser separados!... Creo que me salí del tema... Cháchara de viejo...
¡Perdonadme!
§ 24. ¿Y los poetas? Pitonisas masculinas que conversan con los dioses, como viejos compadres... Ajustados de cintura, contoneantes y con ojos rasgados, allí por donde pasan esparciendo aromas y sonoras carcajadas, se paran de pronto, desencajan los ojos y miran los astros en pleno mediodía. En aquel momento bajan mensajeros de los Dioses ¡y los invitan al Olimpo de la Estupidez!... Allí se emborrachan y aquí profetizan.
Con la magia de los versos nos rescatan de las ataduras de la vanidad. Ellos dan eternidad a lo que tocan con su aliento.
¡Gracias a éstos el mundo se vuelve mejor y reinan en la tierra el alma y Dios! En buena hora como Meleto... Pues cuando yo les 79
Por extensión, habitantes del Peloponeso. Moriá o Morea es otra denominación del Peloponeso, utilizada a partir de la Cuarta Cruzada (1204).
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veía y les saludaba: “¿Por qué te me pones agridulce, Maruja?” Naturalmente se enfadaban también éstos y sus amigos. Y mira que las cosas han ido a derechas, Maruja - Meleto fue mi primer mortal acusador.
§ 25. Mientras tanto me escribían epigramas punzantes que daban vueltas por los callejones, los pueblos... Tanto que, una vez, Aristófanes, el único al que le pegaba ser poeta porque era misántropo y gruñón, me puso en escena... ¡Protagonista de “Las Nubes”! La gente se reía y yo presumía... ¡tanto que me obligaron a subirme sobre una silla para verme! Desde entonces me convertí en un hombre “importante”. Toda Grecia hablaba de mí... Antes no me conocían bien ni me tenían en cuenta. Después de la representación me cogieron los amigos y fuimos a la taberna a festejar mi fama. Nos pusimos como una cuba y cantamos un montón de canciones melancólicas. Al amanecer volví a casa...
Caminaba de puntillas para que no me oliera Jantipa. ¡Pero qué!
Saltó p’ arriba y empezó la reprimenda... “¿Sabes?”, le digo, “desde hoy soy el hombre más grande de todo... el mundo (así le dije para calmarla). Y tú, que me tratabas a patadas... Me subieron a escena...” Se frotó los ojos, se paró un poco y después, por primera vez en su vida, me abrazó, me besó y me dijo: “Mi tesoro”. Pero antes que llegase la mañana se arrepintió: “A ver si encuentras algún trabajo; te colocas... y que dejes esto... viejo pervertido... ¡analfabeto!”.
§ 26. Esto que os he contado no pasaba todos los días lo mismo.
La mayor parte de las veces buscaba huir de la gente... Bajar hasta la mar multiforme y tornadiza, ¡la amante insaciable!. Caer dentro, abrazarla e ir profundo... muy profundo en compañía de
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las Nereidas80 y los Tritones81. Revolcarme después en la ardiente arena, recostarme boca arriba al sol y bailarlo como una pelota sobre mi hinchado vientre... Tomaba entonces los callejones retirados y marchaba de pared en pared hasta las Puertas Itonías82.
Allí me paraba sobre un pie y me quitaba uno de los zapatones y después sobre el otro pie y me quitaba el segundo zapatón. Los apretaba los dos bajo el sobaco —para que no se desgastasen las suelas en balde, —y un dos, un dos, bajaba hasta Falero83. Alguna vez me ocurría el pisar alguna mierda (¡estaban llenos de ellas los barrios y los callejones!). “¡Por el Perro!” murmuraba. “Mejor pisar mierdas que tropezar todo el día con mendigos y timadores, «¡Griegos entre los Griegos!»”.
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Divinidades marinas hijas de Nereo. Personificaban, tal vez, las olas del mar.
81 Seres divinos marinos que forman parte del cortejo de Poseidón. Se les representa con la parte superior del cuerpo de hombre y la inferior de pez.
82 Puertas de la muralla de Atenas, mencionadas por Platón en Axioco.
83 El segundo y más antiguo puerto de Atenas.
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CUARTA PARTE
Ya me cansé de burlarme de vosotros... Es tiempo de explicaros
también mi filosofía... ¿Por qué ponéis caras largas?... No os gustan las teorías, ¿eh? Preferiríais hablar de guarrerías. Por lo pronto, cómo cierta vez me tiró los tejos Teodota... Pero no me da tiempo. Es necesario, antes de que muera, que se sepa que Sócrates había comprendido los errores de su enseñanza y se arrepintió...
Le habían dicho, por cierto, a Teodota que quizás no me van las mujeres, — ¡a mí! Y se picó. Puso empeño en engatusarme. Me invitaba cada dos por tres a su quinta para conversar de filosofía.
Y siempre sucedía que se bañaba, se aceitaba y probaba desnuda sus nuevos bailes ante mí. “Como hombre superior”, me decía, “no lo malinterpretas”... Después se tendía boca arriba en el diván para descansar, me hacía sentar a su lado y mientras su pecho cálido y brillante subía y bajaba rápidamente, yo le hablaba acerca de... la inmortalidad del alma. De pronto me cortaba a mitad y me decía: “Conozco sesenta y nueve formas justas de hacer el amor”. Y yo me ponía a reflexionar. “¿Qué tienes?” me preguntaba. “Busco la manera de encontrar cuál de tus sesenta y nueve formas es... más filosófica, rotunda”...
Voces: “¿Cuál es? ¿Cuál es?” § 2. ¿Veis como se necesita también saber filosofía? Así también Teodota, como vosotros, me preguntaba y me volvía a preguntar... “¿Cuál es?” Hasta que un día, para librarme, le digo: “La forma es... zurrar primero sin compasión a la mujer y allí donde se enrosca chillando en el suelo, y tiembla por todo el cuerpo, le das la vuelta...” Entonces la diablesa se apretó sobre mí y entornando sus ojos con lascivia murmuró tímidamente: “Zúrrame”.
§ 3. Esto no os lo digo sólo para incordiaros. También quise meteros en mi filosofía con discreción... ¿Otra vez ponéis
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caras largas? ¡Griegos clásicos y que temáis la reflexión!...
¡Tranquilizaos! A “jueces de Zeus”84 como vosotros no os pega darle a la cabeza. Con todo el humor que me sobra, ahora me burlaré hasta de mi filosofía. Como chulapos inteligentes medio comprenderéis que si no existe en los amoríos un “tipo” absoluto, otro tanto no existe tampoco en las “cuestiones elevadas”.
§ 4. Y antes que nada, no soy filósofo. No he construido ningún “sistema” propiamente mío, resplandeciente templo del Pensamiento con columnas, con lámparas, con un Altar Sagrado y el sanctasanctórum. Había encontrado solamente mi propio “método” de pensamiento. El Ombligo de la Tierra, el humeante y travieso, me dio un certificado de sabio y no de filósofo. Y no me comparó con el célebre Pitágoras, con Empédocles85, con Anaxágoras86 y con tantos otros, sino con Sófocles y Eurípides — ¡con dos poetas! Parece que les quiso ridiculizar también a éstos, declarando que saben menos que mi propio “nada”, y a mí, colocándome en el mismo rango con dos afamados “charlatanes” — ellos del corazón y yo del pensamiento. Incluso mis amigos no me llamaban filósofo, sino “maestro” y “señor presidente”.
§ 5. El divino Humo de Delfos, que me pregonó por todo el mundo como sapientísimo, no bromeaba. Quería cegarme.
Hacerme creer que había encontrado la Verdad, para que no la buscase y la alcanzara algún día, — temía mi gran cerebro. No conviene a los Señores inmortales que los animales de la tierra aprendan la verdad. Y cuando vio que empezaba a olérmela no perdió el tiempo; cayó espeso y negro dentro de vuestro cerebro
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En griego clásico en el original.
(h. 490 - 430 a. C.) Filósofo griego nacido en Acragás (Agrigento).
86 (h. 500 - 428 a. C.) Filósofo griego nacido en Clazomene. Amigo de Pericles. Acusado de ateísmo tuvo que huir de Atenas.
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y os turbó para que me matarais... Sin embargo, si Loxias87 dijo seriamente que soy el más sabio, se refería seguramente a que yo era entre los hombres lo que él entre los dioses: el primer burlón.
§ 6. Cuando yo aún era un pequeño mocoso, perdía el tiempo rondando por el ágora y escuchaba a los mayores, me extrañaba que para cada cuestión se enzarzaban cuarenta opiniones y todas parecían correctas. Los sofistas sostenían claramente que son incluso correctas. Al principio, con mi mente inmadura y más tarde con la madura, intentaba encontrar siempre una única opinión que fuera obligatoria en cada ocasión y para todos, es decir, para siempre y sin cambios, por encima de tiempos, lugares y hombres, — absoluta. Debería tener algo divino en ella, ser una “idea”. Y para encontrarla no deberíamos buscarla en absoluto en el mundo exterior, que es pasajero y engañoso, sino dentro de nuestra alma, que es inmaterial e inmortal. En las profundidades del alma yacen enterradas las ideas — verdades bajo una gran capa de herrumbre, que la amontonan dentro de ella las sensaciones — deseos y los deseos — intereses. Para arrastrarla, pues, a la luz del día, sería una cosa difícil. Se necesitaría la habilidad de una comadrona. Y yo me convertí con los años en la comadrona de la ciudad. Cogía las almas de los hombres, las amasaba discretamente e introducía en caso de necesidad dentro de ellos mi manaza y los cucharones para sacar el bebé. Ayudaba a parir las verdades, oh atenienses, por esto la tierra, el cielo y el mar se llenaron de una nube de mentiras.
§ 7. ¿Por qué? Estrujando y amasando las almas para revelar sus elementos divinos les hacía vomitar su herrumbre: Dios, Bien, Justicia, Patria, Belleza y todo lo demás que no son ni los primeros principios ni los últimos fines; ni gracias de los dioses ni 87
Uno de los sobrenombres de Apolo, “oblicuo”, por la ambigüedad de sus oráculos.
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hazañas de la mente, sino criaturas temporales, con un significado fluido e intangible, medios humildes, con las que cada estirpe dominante deslumbra a sus servidores y ahoga sus almas. Los hombres nos dividimos en los que ordenan y los que hacen los recados, en los que se sientan y los que trabajan, en los que miran y los que llevan anteojeras en los ojos: en saciados y en bobos.
§ 8. Desde el principio nuestra vida cae en las redes que nos han tendido antes de nacer. Críos en la casa, en la calle, en la escuela, aprendemos, sin preguntarlo, cuál es el bien y el mal, — “el interés del poderoso”88. Mozalbetes diecisieteañeros, con un alma fresca y alegre, con ronca voz de gallitos, prestamos emocionados el juramento a los grandes Deberes e Ideales, — “el interés del poderoso”. Una vez que nos licenciemos del ejército y tengamos voto, escucharemos las mismas cosas — y las diremos — en el ágora, los juzgados, las asambleas, los teatros — “el interés del poderoso”. Y puesto que pequeños y grandes, ayer, hoy y mañana, todos creen las mismas cosas, quiere decir que son leyes “en el celeste éter engendradas”89. Así seguimos, sin pensarlo, nuestro camino ineludible, encadenados entre nosotros y seguros de que el interés del “poderoso” es nuestro propio interés. Interés nuestro el estar encadenados en vez de sueltos; ¡interés nuestro el sufrir la injusticia en vez de castigar! Y si de pronto algún temerario se lanzara con el cuchillo a destripar al Lobo, pondríamos delante nuestras almas y nuestros cuerpos para recibir nosotros la puñalada. Y si alguna vez la maldición provocara que nos abandonase el Lobo, correríamos a encontrar otro peor para que nos coma.
§ 9. Sacaba tales verdades del alma del Rebaño. Verdades que con el tiempo y la costumbre acaban siendo instintos más fuertes 88 89
Ver 57 Sófocles, Edipo Rey, 867.
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que el hambre y que el amor. Con la misma técnica de comadrona podía sacar de las almas — una vez que comenzaban a tomarme por omnisciente — hasta cosas que no tenían dentro de ellos, como los curanderos chinos sacan gusanos de los ojos de los megarenses. Los gusanos, me diréis, los ves primero y después te los crees. ¿Pero las ideas? Éstas, oh atenienses, primero te las crees y después las ves. Cuando de pronto alguna vieja poseída grita dentro de la iglesia señalando arriba, a San Mengano: “¡Allí!
Se mueve... ¡nos hace señales!”. Toas las demás a la vez también ven con sus ojos el movimiento, las lágrimas y las señales y escuchan con sus propios oídos su voz y su amenaza.
§ 10. Esto es un prodigio, seguro. Pero el prodigio más habitual sucede cuando tú solo metes dentro de tu alma aquello que quieres encontrar. Y, endespués, excavando con las uñas de la lógica lo encuentras como lo deseabas. Los antiguos tramposos enterraban en la raíz de un ciprés o junto a alguna fuente el icono, y después veían en sueños que en aquel lugar yacía enterrado durante años el “santo” y llamaba para salir. Y poniendo patas arriba el pueblo iban allí con velas e inciensos, lo desenterraban ¡y el lugar exhalaba fragancias! Y construían una capilla y llenaban las bandejas de cuartos y las tinajas con aceite y hasta el tramposo se ponía a bendecir como un “instrumento elegido por Dios”.
§ 11. Con tales milagros yo afianzaba el reinado de las Visiones en el Valle de Lágrimas. Echaba a perder al Bobo y así servía al régimen de la Injusticia, de acuerdo con el axioma: “cuanto más torcido el Bobo, tanto más derecho marcha”. No deberíais, pues, matarme. Llegarán otros tiempos en los que los “poderosos” pagarán caro a los curanderos, no para sacar, sino para meter gusanos en el cerebro y en el alma de los megarenses, y hacer prodigios, enseñar a los niños y a los mayores que “ la explotación es más honorable y más santa que el padre y la 79
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madre, etc.”90. Así, sumergido el pueblo en azules neblinas, en la inexistencia del pensamiento y del deseo, no podrá mover su lengua, ni su mente ni sus manos.
§ 12. El alma, que se encuentra en la más absoluta altura atrapada en una danza con las esencias eternas, tiembla si la rozan las leyes de la naturaleza y de los hombres: ¡fealdad, relatividad y desgaste! El cuerpo se sostiene clavado en el barro y el alma siempre está ausente... No siente dolor, no sufre, no se le perjudica. No se resiste porque es libre. Con el aguijón de mi filosofía, golpeando a los ingenuos en su espinazo, los paralizaba y así aseguraba la juerga de los espabilados. ¿Por qué os dio por matarme? ¡Veo a las ciudades del futuro, oh atenienses!
Divinizan el hambre, el dolor y la estupidez; doran y alimentan con piñones y nueces a los curanderos que timan al pueblo para que desprecie la materia y aguarde una recompensa... “¡en el mundo del espíritu!”.
§ 13. Si me equivocaba en la teoría, no me equivocaba en la crítica de los hombres públicos. Y éstos, para acabar conmigo de una vez por todas, me tacharon de ateo. Sócrates se burla de los dioses y crispa todo su poder contra el estado. Por mi causa se retiraron los dioses de Atenas y dejaron la roca de la Acrópolis y la Acrópolis de vuestras almas a las uñas y los dientes de las Erinias91. Si descargase algún aguacero con granizo y arruinase la siembra; y si cayese tizón en los cereales, filoxera en las viñas, gorgojo en las habas y en las judías; y si la viruela destrozase las gallinas, la glosopeda a las vacas, paperas a los caballos; y si el fuego prendiese alguna barriada y los pobres se quedasen en la calle; y si la borrasca se mantuviera dos o tres semanas en el 90
En griego clásico en el original.
Divinidades violentas representas como genios alados, con serpientes entremezcladas en su cabellera, y llevando en la mano antorchas o látigos.
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Mar Negro y retuviera los barcos con el trigo y el atún y tuviese hambre la gente; y si llegase el triste mensaje de que “nuestros muchachos” han sido vencidos en el extremo de la tierra y las madres se enlutaran, — ¿quién tendría la culpa?
§ 14. ¡Quién más que los ateos! Si no hubiera enrabiado a los inmortales con mi filosofía, ¿nos hubiesen enviado la peste del 430 a. C.? ¡Pero por aquel entonces yo no filosofaba! Si el hijo de Clinias92 con su pandilla no hubiera roto las cabezas de los Hermes en vez de romper las vuestras, que buscabais grandezas, ¿hubiéramos sufrido la desgracia de Sicilia? Y si los generales de las Arginusas93 no fuesen ateos, ¿volcaría Némesis los mares para que no pudiesen recoger a los ahogados? Y ya que yo les declaré inocentes, ¿os acordáis?, se abrieron los cielos para arrojar agua hirviente para escaldarnos, pero... ¡se compadecieron (¡los cielos!) de los Treinta Tiranos!... He aquí, pues, quiénes tenían la culpa de todos los zamarrazos, como os prometí que os contaría en la Tercera Parte, § 20 de mi discurso.
§ 15. Así, con mi ateísmo y mi traición servía de sobra a la Patria y la Religión... ¡a cuantos se alimentaban de las tetas de estas grandes ideas! Políticos, curas, maestros cargaban sobre mis espaldas cada una de sus incompetencias e infamias, cada daño de los elementos naturales ¡todos los reveses del Destino!
Cuando yo falte buscarán para encontrar algún otro Sócrates para bautizarlo en la sagrada pila bautismal de la opinión pública como ateo y traidor. Les hace falta para arrojarlo a las fauces de la muchedumbre furiosa como víctima expiatoria cada vez que 92
Alcibiades.
Grupo de islas del mar Egeo, donde los atenienses destruyeron la flota de Esparta en 406 a. C. Los atenienses condenaron a sus estrategas, a quienes una tempestad había impedido salvar a los náufragos y enterrar a los muertos. Sócrates fue el único de los pritanos que se negó a presentar la propuesta de condena.
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se las vean negras. El rebaño no podría vivir ni un momento sin Lobos, ni los Lobos sin ateos ni traidores.
§ 16. Todos refunfuñáis que el mundo se ha estropeado. ¿Qué mundo? ¿Las montañas y el cielo? ¡No corren peligro! ¿Los dos o tres ateos? Los rajáis y enseguida se arreglan las cosas. He aquí el mundo: son vuestras señorías, oh atenienses. Todas vuestras usanzas, escritas y no escritas: el temor a los dioses, el respeto a las leyes, amor al bueno y la virilidad se pudren como montones de carroña en el Abismo como compañía de los esclavos matados.
Mentira, robo y deshonor, he aquí los “démones” del Estado, —¡”la riqueza de adentro”! — que os llevan alto. Y después salió mi propio demon (“nuevo demon”) para revivir las carroñas insuflando con la caña de la filosofía en sus vientres el “espíritu de la verdad”, para erigirles ideas puras, intactas de los caprichos del tiempo y de los hombres, ¡dentro de la Mente infinita!
§ 17. A los movimientos ciegos del alma, si empiezas a hacerlos mandatos de la lógica, es decir, a trasladarlos de la imitación inconsciente y la costumbre al pensamiento iluminado y la voluntad, ya los has matado. Sin embargo, aún así yo os beneficiaba. Puesto que dejáis que los ratones de las minas y de los retretes roan las “grandes substancias”, yo os aconsejaba que no debéis burlaros y pavonearos por esto, ¡pensando que el más claro tramposo es también el ateniense más listo! Os enseñaba por vuestro provecho a honrar sus nombres y a reverenciar su sombra delante de las mujeres, los niños y los esclavos, para que no se animen y bajen algún día al ágora ¡y actúen peor que vosotros! ¡Os enseñaba que debéis ser irreverentes y violar la ley en el nombre de los dioses y de las leyes!
§ 18. ¡Cómo me voy a acordar de todo ahora! No olvido que tú, tú, ese y aquél... tós vosotros estabais de acuerdo en lo que os decía y agachabais vuestra vacía cabeza ante la Lechuza y 82
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Momo94. Sólo tres palabras me bastan para mostrar cuánto trabajé por el bien de la Patria, por la división de los ciudadanos en saciados y bobos.
1º) ¡Demostré que nuestra alma es inmortal! ¡Existe, así pues, el alma! ¡En su favor existen (es decir, deben existir) estado—leyes y curas—dioses! El temor a los dioses y a las leyes nos retiene para no perder nuestra alma... ¡y no ir a la cárcel! ¡Atenienses! ¡Si no existiese el estado no existirían ni dioses ni curas ni siquiera alma inmortal! Los castigados por la vida debemos tener fe en que disfrutaremos y reinaremos eternamente, — ¡basta conque muramos primero! No se puede volver a tomar con nuestras manos lo que nos cogen los señores con la fuerza y la astucia — es decir, con nuestras propias armas y con nuestro propio voto. A ellos los castigarán los dioses en el otro mundo. Se cocerán en la caldera llena de brea durante toda la eternidad. Si los castigamos nosotros, nos volveremos malos y entonces perderemos nuestra alma ¡y nos coceremos nosotros en la caldera!
2º) No eran palabras al viento, esta enseñanza mía era una piedra angular de mármol. Por esto le di forma cuadrada: “¡prefiero que se me cometa injusticia a cometerla yo!”. Esta piedra angular se fija mejor en la arena y en el agua: ¡en las almas de los débiles!
Cuanto más humillado el hombre, tanto más indeciso; cuanto más cansado, tanto menos respira, piensa y se enoja. Se necesitan ánimo y confianza en ti mismo para oponerte a la injusticia — ¡y mucho más todavía para ser injusto! Enseñado a temer no quieres temer más. Te abandonas a la dulzura de la abulia, al egoísmo del dolor. Y no sólo te quedas quieto para que te cojan cuanto no tienes, sino que ni siquiera tocas lo poco que tienes: ayunas de tu propia comida, bebida y mujeres, odias el sol, el mar, el aire del bosque y el movimiento, y añoras la enfermedad, las torturas, la suciedad, el silencio y la muerte para ir al paraíso. “El 94
Personificación del Sarcasmo.
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dolor edifica”. Alzaba, pues, al cielo la alegría del dolor como estandarte del rebaño. Para cuantos no pueden soportar el dolor se han encargado las leyes de Solón; construyeron apartadas iglesias de Afrodita Pandemos95. Allí dentro cada uno compra muy barato la perfección, es decir, el olvido de uno mismo.
3º) Dije la misma opinión de otro modo: “nadie es malo voluntariamente”96. Esto quiere decir: no castiguéis a los injustos, porque... cometeréis injusticia contra ellos. ¡Son inocentes! ¡No saben que hacen mal! ¡Paciencia! Cuando les enseñemos cuál es el bien y el mal, abandonarán el mundo la maldad y la injusticia y reinará la bondad... Se necesitan escuelas. Y las escuelas las construirán los injustos. ¿Sabéis por qué? El bien, la justicia y el deber son su bolsa. Pues ellos mismos enseñarán a los hijos del pueblo a no oponerse a la injusticia cuando crezcan.
§ 19. Así mi filosofía sostenía el régimen de la desigualdad, “el interés del poderoso”. Naturalmente ¡no debéis matarme por esto! Los futuros estados sabrán mejor cuál es su trabajo. Ambón, Pupitre, Periódico y Porra trabajarán como hermanos para separar a los ciudadanos en saciados y bobos y para armonizar lo incompatible con la “armonía de las clases”. De esta armonía me puse como el primer maestro. Aunque me matéis por ateo. Mis propias lecciones pasado mañana los cristianos las convertirán en su religión. Me honrarán como profeta de su Dios y pintarán mi jeta en sus iglesias con una ancha corona dorada alrededor de mis vedijas.
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Diosa del amor vulgar.
En griego clásico en el original.
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QUINTA PARTE
¡Mi demon no era una criatura del Infierno que se atrincheró
dentro de mi alma, para poneros zancadillas y para gafaros!
¡Era algo peor! No era nuevo, como, se supone, lo conocieron los acusadores. Era la antiquísima conciencia del Rebaño, la esclavitud original, que ataba mi alma con las vuestras para retenerlas erguidas, indestructible fortaleza del estado de los injustos. No era ningún ángel guía que me iluminaba; era un ángel guardián de la Mentira pública, que me cegaba. Era “el interés del poderoso”97 convertido dentro de mí en la voz y en el deseo de los dioses y de la Razón. Era la amenaza mística y de ultratumba “¡No!” y “¡Atrás!”. Era vuestro propio demon, atenienses, — mucho peor, porque era también más poderoso.
§ 2. ¡Que si lo odio, dice! ¡Ah! si pudiera entregarlo a vuestro ardor patriótico para sacarle los ojos; para cortarle la nariz y las orejas; para verterle aceite chisporroteante y sal gorda en sus heridas; para clavarle herraduras en sus pies con espigas; para atarlo a un palo y rociándolo con petróleo y brea prenderle fuego ¡como si fuera un turco! Él me arreaba y me aguijoneaba uncido al carro de la Democracia de los “mejores”98. Él me hacía andar dormido como los caballos el camino recto de la costumbre — y no descarriarme. Él me hacía zarandear a los sin ley y burlarme de ellos, en vez de burlarme y arruinar las leyes; humillar a los ignorantes, en vez de compadecerme de ellos.
Pero ahora lo busco y no lo encuentro. Me ha arrumbado desde hace bastantes meses, atenienses. Volverá de nuevo una vez que yo muera, a la Dirección General de Seguridad ¡para entregar su informe y ser ascendido!
97 98
Ver 57 En griego clásico en el original.
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§ 3. Cuando Pericles nos decía que la fuerza y la buena vida del estado es la salvación (buena vida y fuerza) de los desdichados, yo no quería admitir que se burlaba. ¿Qué entendía al decir ciudad? ¿Todos nosotros? Seguramente no. Si todos nosotros somos felices nadie tiene necesidad de salvarse. Se refería claramente a los pocos ricachones y políticos; en una palabra, los espabilados. Cuando aquellos comen, nosotros nos saciamos; y cuando aquellos atesoran, nosotros nos enriquecemos; y cuando aquellos no se hacen más ricos, nosotros nos empobrecemos más; y cuando la fortuna de aquellos está en peligro, ¡a nosotros se nos quita el sueño!... Como veis, el primer político y ricachón de Atenas, ante los ojos de la muchedumbre harta de mentiras, elevó sin vergüenza la deshonra de los pocos a deber, grandeza y gloria de los muchos, — ¡la Patria! Había guerra entonces y debíamos dar nuestra vida para los “mejores”, si queríamos salvar nuestra hambre inmemorial y nuestro sueño dichoso, ¡para hacerlo eterno!... ¿Habéis comprendido? Bien seguro. Porque os lo explico. Pero aquel entonces mi voz interior del rebaño, — el demon — no me dejaba sentirlo. Encontraba, desde luego, que el viejo nos lo contaba bien, porque estaba de acuerdo con... ¡la Lógica absoluta!
§ 4. Cuando comencé a desvariar y a sospechar que no juzgo correctamente y que mi cerebro hace aguas, vuestro ángel de la guarda se apretó la faja, abrió sus alas y voló rechinando sus dientes. ¡Za!... ¡Pero tampoco me tranquilicé! Nada más irse me empezó a roer otra carcoma. El arrepentimiento por el mal que hice a los de mi tiempo y a los hombres venideros mientras la injusticia y la mentira gobernasen el mundo. Noche y día me atormentaba. ¡Debía arreglar el mal! Y he aquí lo que hubiera hecho si no os hubieseis anticipado para matarme: Su garganta se secó. Pidió un vaso de agua, pero ¿dónde encontrar un vaso y agua? Un gracioso le gritó: “¿por qué no te 88
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tragas la clepsidra para que acabemos de una vez?”. Carcajadas y alboroto. Muchos, que dormían, se sobresaltaron molestos y comenzaron a gruñir. Otros se pusieron en pie e hicieron una señal al ujier para que les dijera cuánta agua quedaba todavía dentro del cántaro. El ujier se inclinó por encima y después, alzando su mano derecha, deslizó dos o tres veces el pulgar sobre el segundo nudillo del índice. Sócrates tragó saliva y continuó.
§ 5. Por todo lo que enseñé deberíais hacerme de oro y reverenciarme. Por esto que haría, si viviera, deberíais, con razón, no sólo matarme, sino machacarme vivo en el mortero como el tirano Nearco99 machacará a Zenón100 de Elea, para que aprenda a enseñar la virtud cuanto quiera pero sin mencionar las canalladas de los principales. Deberíais cortarme la lengua como el rey Antípatro101 cortará la lengua de Hipérides102 el orador, para que aprenda que puede traicionar a su patria pero no pega el insultar al extranjero que paga... Yo sería realmente muy peligroso para la clase pública, para el “interés del poderoso”. Y que echarais mi cadáver lejos, en el golfo Corintio o en algún barranco del Citerón103 — “que no sea enterrado en tierra ática”104. ¡No existe mayor deshonra y traición que el decir la verdad!...
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(s. V a. C.) Tirano que se hizo con el poder en Elea y condenó a tortura y muerte a Zenón.
100 (nacido h. 490 a. C.) Filósofo y poeta griego nacido en Elea, alumno de Parménides. Várnalis menciona el episodio de su muerte sacado de Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos.
101 (397 - 319 a. C.) Gobernador de Macedonia durante la expedición de Alejandro Magno contra los Persas. Tras la muerte del conquistador (323), los griegos se sublevaron, pero Antípatro venció su rebelión.
Nombrado regente en 321.
102 (389 - 322 a. C.) Orador y hombre de estado ateniense, contemporáneo de Demóstenes. Incitó a los atenienses a la sublevación contra Macedonia. Condenado a muerte por orden de Antípatro.
103 Montaña en los límites de Beocia, Ática y el istmo de Corinto.
104 En griego clásico en el original.
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§ 6. Iría, digamos, a los arrabales de Atenas, a los pueblos asquerosos del Ática desde el cabo Kolonas105 hasta Koúndoura106 y desde Koúlouri107 hasta Kapandriti108. Bajaría a las oscuras casuchas llenas de chinches y tuberculosis, entraría en los tenderetes de los pobres, en las carbonerías del puerto, llenas de mugre y peste. Y diría: “¡Ciudadanos libres! Este lugar, aunque se encontrase incluso en la Escitia109, donde raramente se asoma el sol entre negras nubes y sobre nieves que no se derriten, aun así sería el mejor lugar de todos porque lo desea vuestro corazón.
Es la patria. Vuestra propia patria, pero nada es vuestro dentro de ella: campos y palacios, barcos y dineros, dioses y poder, pensamiento y voluntad — ¡todo ajeno! Pocos de vosotros tenéis tanto espacio como para meteros en el agujero vivos y enterraros cuando estéis muertos y tanta libertad como la de hacer vuestras necesidades en el arroyo cuando no os ve el guarda... Y cuando hundís vuestros ojos más allá en el mar azul, donde van y vienen caiques y fragatas llevando desde la boca del Nilo y desde el Bósforo Cimerio110 y desde las columnas de Hércules trigo, cobre, seda y mujeres, presumís que son vuestros ¡porque son “nacionales”! Y nadie piensa que todos los bienes se reúnen en unas pocas manos. Sofianos, moraitas, tebanos y corintios, los extranjeros os matan una vez; las manos de vuestros hermanos os aprietan la nuez de la garganta durante toda vuestra vida y os asesinan cada día. No sólo no poseéis nada de vuestro alrededor, sino que todo vuestro ser y vuestra alma son de ellos.” 105
Antiguo nombre del cabo Sunio, uno de los extremos del Ática.
Población del Ática.
107 Otra denominación de Salamina.
108 Ciudad del Ática.
109 Para los griegos, país situado al N. del mar Negro, que se extendía del Danubio al Don. Várnalis utiliza esta denominación cuando quiere referirse a Rusia.
110 Antiguo nombre del estrecho de Kerch o de Yenikalé, en la península de Crimea.
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§ 7. Después iría a las canteras del Penteli, a las minas de Daskalio111 y las de Laurion112, a las atarazanas del Pireo, a las fábricas que hacen escudos y corazas de guerra — ¡a los esclavos!
Bajaría a las sentinas de los barcos, donde miles de encorvados remeros (cabellos blancos, frentes marcadas con el hierro candente) aporrean rítmicamente sus argollas y vociferan bajo los golpes del látigo cuando desfallecen por el cansancio. Iría a las grandes heredades, como la de Alcibíades en Kouvarás113, donde uncidos con las acémilas aran los roquedales y los acebos.
Iría a la Acrópolis, a Ramnunte114, a Koúndoura, al cabo Kolonas, donde con sus manos levantan al alto cielo los colosos marmóreos de vuestro espíritu, los Partenones. Y les diría: § 8. “¡Tracios, asiáticos, africanos, escitas115 y griegos!
Criados, servidores, capataces, preceptores, bastardos. Señoritas del gineceo y sagradas prostitutas de los dioses y de los hombres. Esclavos públicos y esclavos privados. La filosofía desvergonzada enseña que habéis nacido esclavos. Pero ni los dioses ni la naturaleza dispusieron que el esperma de vuestro padre os engendrara como tales. El destino os hizo y la costumbre os remató. Vosotros sois esclavos para que nosotros seamos libres.
Alzad la cabeza y mirad el cielo primaveral. Habéis olvidado su profundidad y su color. En vuestra patria las playas ríen igual y resplandecen las llanuras y el sol. Alguna vez también vosotros fuisteis libres e injustos, para convertiros aquí en esclavos y víctimas de la injusticia — vosotros, vuestros antepasados, ¡es indiferente! Erais la gran masa de los hombres. Sentid vuestra 111
Población situada al E. de Ática, cercana a Laurion.
Montes del SE. de Ática, ricos en yacimientos metalíferos.
113 Población de Ática.
114 Antiguo demo de Ática.
115 Pueblo del S. E. de Rusia. En Atenas, los esclavos escitas se ocupaban de la policía. Várnalis utiliza esta denominación para el revolucionario pueblo de la Rusia comunista.
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fuerza y uniros con las víctimas libres. Levantad solamente vuestros martillos, hoces, hachas, cadenas y toda la democracia de los “mejores” se convertirá en una nube de polvo. Cogedles los bienes y ponedlos a trabajar para comer”. — “Y que nosotros nos sentemos”, responderían algunos acostumbrados a arrastrarse sobre su barriga como siervos ante los poderosos y a destripar a los débiles. — “No”, gritaría yo. “Trabajarán tanto ellos como vosotros. Trabajo común, comunes los bienes y la libertad...” — “Ah, entonces sobra una libertad así. No nos va...” — “¡No os molestéis! Cuando llegue el momento, estaréis camino de ser hombres, de liberar, queriéndolo o no, vuestro cuerpo, vuestra alma y vuestro espíritu”. —”¿Quiénes nos pondrán en camino, tío?” gritarán de nuevo. — “¡Los escitas!”.
Una voz atronadora cayó de pronto como una traca: “¡Se acabó el agua!” Era el ujier. Los jueces brincaron impetuosamente, gritando y maldiciendo y corrieron todos corre que te pillo hacia la puerta. No había un incendio. No había un terremoto. Corrían, se apretujaban, se golpeaban entre ellos ¡por ver quién sería el primero en llegar a caja para coger su sueldo! Incluso los ujieres se lanzaban hacia la puerta para la misma cosa y dejaron a Sócrates solo, sobre la tribuna, sonriendo amargamente. Y aquél, con su eterna serenidad en el alma y en su rostro, bajando de la tribuna rogó a Platón, que estaba desconcertado allí cerca, para que lo guiara hasta la cárcel: “¡No sé, hombre, ni dónde se encuentra ni por qué camino se va!”.
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EPÍLOGO Kostas Várnalis: Sócrates. La verdadera apología y su muerte116 El Sócrates platónico sabe seguramente muy bien que no es un “incendiario”. Y tiene su conciencia tranquila. Pues... no sabe nada. No sabe nada del significado más profundo de su juicio: no sabe ni sospecha que “incendiario” es el estado que le juzga.
Sin embargo, un Sócrates materialista, un Sócrates conscientemente revolucionario, conocería en toda su medida el papel clasista de la justicia en los regímenes sociales del parasitismo (de la explotación de los muchos por los pocos) y no se engañaría ni por los móviles de su juicio, ni por el objetivo de su ajusticiamiento.
No podría yo, sin embargo, tergiversar tanto al Sócrates “histórico”, así como nos lo han transmitido sus alumnos, cada uno como... su propio yo, el uno un filósofo práctico, el otro metafísico, es decir, en todo caso reaccionario. El “histórico” (es decir, el Sócrates “ficticio” de la tradición) era inflexible y monótono en su pensamiento y en su acción desde el comienzo de su vida hasta su último aliento, inflexible y monótono filósofo, logiscista e idealista, y murió como vivió, creyendo en la inmortalidad del alma, en la “santidad” de las leyes y de la idea patriótica, sin imaginación, sin poesía, sin ritmo y seco e inconmovible ante la belleza natural y la artística.
Si mi imaginación creativa construyera un Sócrates materialista, fundador no de la filosofía materialista de Demócrito y de Epicuro, sino de la filosofía del materialismo histórico de Marx, rebasaría todos los límites de la realidad “histórica”. Construiría un Sócrates inverosímil, falso entonces, sin interés espiritual ni artístico.
Por esto no alteré al Sócrates “histórico”. Dejé su pensamiento y su imagen como las querían Jenofonte y Platón. Le hice 116
Αιολικά Γράμματα, τόμος Ε’, τεύχος 25, 1975, pp. 71-74
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cambiar solamente en sus últimos momentos. Que despertase bruscamente por la sacudida de su condena a muerte y que viera de pronto el mundo... al revés. Como lo experimentó (según las sagradas escrituras) Saulo, cuando se convirtió en... Pablo.
Con la diferencia de que Saulo “recayó” del arrebato de un furor místico al arrebato de otro verdadero. Mientras que mi Sócrates “cayó” simplemente de las nubes de su absolutismo ético bajo...
la acera de la realidad más inclemente.
Con este “truco” conseguí: a) no trastocar al Sócrates de la tradición, es decir, rehuí el cambiarle, así porque sí, su sistema filosófico, aunque se lo cambié completamente, le revolví dentro y fuera, sin que por esto se revele al lector y b) hacerle negar él mismo y no yo su sistema filosófico, hacerlo capaz de sentir él solo los errores, la vanidad y la vacuidad de su verbalismo ideológico y logicista. Y, sobre todo, que sintiera él solo la reaccionaria, la perniciosa acción de su pensamiento en la generación de su tiempo, que era un tiempo de decadencia, y en las siguientes generaciones.
Solamente un tal Sócrates podía ver claro que inventó, trabajó y completó una espiritual arma mortal contra los esclavos de cada régimen clasista, un arma mortal para la castración mental de las masas, de forma que encuentren lógica su hambre y justa su desgracia, y que, entonando cantos guerreros, defiendan con su propia vida la vida y los bienes de sus señores y su propia desgracia y hambre. Matarse “heroicamente” en las diferentes guerras, ya sea contra los bárbaros, (el griego está capacitado para gobernar sobre los bárbaros, dice Aristóteles), ya contra los enemigos internos, las posesiones animadas, ¡los esclavos!
Con tales supuestos, cuánta comodidad, cuánta amplitud sentirá un escritor que sabe qué busca, y que sabe qué escribe (si sabe escribir es otra cuestión). Un Sócrates de cabeza cuadrada, con incomparable flexibilidad dialéctica, con el gran don de encontrar inmediatamente los errores y las pifias en el pensamiento y en la acción de los demás, con la punzante risa de su más que 94
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astuta burla, si se usaran todas estas capacidades contra sí mismo... ¡qué próspero tema y qué espectáculo! basta con que el escritor tenga agallas.
Para ser más factible semejante Sócrates, no encajaría el dotarlo con virtudes que no se las da la tradición. No podría tomar ante sus jueces la posición provocativa y ofensiva de un Torgler, de un Dimitrov, etc., porque a) ya había sido condenado a muerte cuando comenzó a defenderse y así, las grandes voces y los grandes gestos estarían sin sentido, b) porque está solo. Nadie le escucha. Nadie le comprende. Nadie se planta junto a él para ayudarle, compañero en la lucha y “cofrade en la muerte”. Ni se estrechaban a su alrededor los proletariados conscientes de todo el mundo, ni lo defendían con su peso internacional los grandes intelectuales de su tiempo. Tales cosas no existían entonces: ni conciencia proletaria ni solidaridad de todos los esclavos de la tierra, ni unión espiritual y moral entre los grandes intelectuales de cada lugar frente a la violencia espiritual, material y ética. Pero no existía tampoco, diréis, ni sospecha del materialismo histórico. Correcto. Pero por esto está también solo.
Sostuve sobre el dato “histórico” su genialidad práctica. Esto me facilitó también a mí el modelar y a los lectores el aceptar, sin muchas vacilaciones, “mi mentira poética”. Con la diferencia (lo vuelvo a decir) que este materialismo de Sócrates es por esta razón “visionario”, precoz. No podía tener ninguna resonancia en la vida real. Es como la opinión del sofista Alcidamante, “la naturaleza no creó ningún esclavo”. Esta opinión en el entonces régimen de la esclavitud y en la filosofía de entonces, que aceptaba que los hombres nacen o libres o esclavos (Aristóteles) era el anuncio de la revolución social. Pero no sucedió nada. ¡Era un simple... sofisma de los libros! Algo similar imaginé el materialismo de Sócrates: “sueño de una noche de otoño”. Solamente así se sostiene. Sin embargo, ya que mi libro se escribió en nuestra época, ya que con los anacronismos históricos que utilizo mezclé adrede lo pasado con nuestro presente, el sueño otoñal de Sócrates deja de ser un sueño y se hace una verdad real para los proletarios de hoy día.
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Completamente solo, así pues, Sócrates, con su gran mente y con el punzante látigo de la burla en la mano, frente a quinientos deshechos de su época, ¡de la época clásica! Despreciando profundamente y como siempre la imbecilidad, la falta de educación y la vileza de esta cuadrilla de jueces que son todos ellos órganos inconscientes de la violencia y del interés de los señores, todos ellos inútiles y holgazanes, que viven a costa del tesoro público y que se arreglan vendiendo sus conciencias en el mercadillo a cuantos pagan más, les echa en cara y con los dos puños llenos de cada burla y de cada insulto que le trae al pensamiento y a la boca su “postrer” conocimiento de la realidad social. Insultos, burlas, todo ¡“por encima del hombro”! ¿Por qué “por encima del hombro”?
Porque él mismo es un hombre superior. Es decir, un hombre sin debilidades personales, que tiene la bravura de espíritu para autoexaminarse, autoanalizarse y autocriticarse con la misma severidad que examina, analiza y critica a los demás. Mi Sócrates no niega a los demás para “colocarse” él mismo. No es del gremio de los actuales intelectuales negativos, que todos ellos, charlatanes heroicos o cabezas de chorlito garrapateadores del papel son “tomados” por una fogosa indignación, ¡porque ellos tienen todas las virtudes y cualidades y los demás ninguna!... Mi Sócrates, echando abajo y burlándose de sus propios errores y vilezas en la esfera de la vida espiritual, obtiene el derecho moral de sacudir y burlarse de los demás por sus errores y sus vilezas.
Pero para que comprendieran sus burlas y sus insultos los toscos pueblerinos de Mesogeo, los sucios holga-zanes del mercadillo ateniense, debía Sócrates bajar su pensamiento al nivel de sus oyentes, hacerlo plática de pueblo y de mercadillo y subir el volumen de su voz para que le escuchen, para que le atiendan todos estos “sacerdotes de Temis”, que echados al sol dormitan y bostezan porque no tienen ninguna otra cosa en su mente que cuándo se acabará el agua de la clepsidra, es decir, cuándo se parará la defensa del desahuciado, para desparramarse fuera, y 96
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embolsarse su paga de jueces, sus dinerillos, que al cambio actual hacen arriba o abajo 250 dracmas en billetes. ¡No les importa en absoluto las elevadas dudas filosóficas “qué es lo justo, qué lo injusto, qué lo verdadero, qué lo falso, qué lo bueno, qué lo malo, qué lo hermoso, qué lo sórdido” y otras tonterías semejantes!
Con la rebaja del pensamiento o con la elevación de la voz Sócrates demuestra a sus jueces que no matan a un enemigo de la sociedad de las sanguijuelas, sino a un defensor de dicha sociedad; los gobernantes posteriores, les dice, pagarán a cualquier precio por encontrar tales defensores de su violencia. Y, para hacerles comprender mejor cuándo habría sido realmente culpable y “merecedor de muerte para la ciudad” (“para la ciudad” = para el interés de la democracia), les explica que solamente si anunciaba la revolución social de los esclavos y de los ciudadanos pobres contra la ética y el patriotismo del conducto intestinal, contra la prostitución de las ideas, e intentaba establecer la democracia de los muchos, sin clases sociales, lo justo, la ética y el heroísmo del trabajo, entonces sería... merecedor del patíbulo...
¡”para la ciudad”!.
Entonces los jueces se rascan la testa y entreabriendo sus ojos adormecidos preguntan: “¿y quién será ese que nos va a poner a trabajar sin que queramos?”, “Los escitas” responde Sócrates.
Estos “escitas” no son los rusos, como piensan muchos, sino los partidos comunistas de cada lugar. Estos cambiarán así el mundo, de forma que solamente viva quien quiera trabajar.
Expliqué como nació en mi cabeza y con qué intención fue escrita “La verdadera apología de Sócrates”. Ahora, si la obra triunfó por su aspecto literario, yo... no me meto. Yo expliqué hasta ahora solamente cómo llegaron a aparecer mis obras, no si llegaron a ser buenas. Rehuí este escollo, no por no presentar el triste espectáculo de un escritor que se autoadmira, sino para no someterme a la dolorosa prueba de juzgarlas yo mismo. Porque “más sabe en su casa el necio que el sabio en la del vecino” (1935) 97
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INDICE DE NOMBRES
Afrodita 41, 51, 52, 84 Alcibiades 22, 29, 48, 52, 53, 60, 71, 91 Alcidamante 95 Alexiou 12 Alópece 40 Amaliada 11 Anaxágoras 76 Anito 31, 39, 69 Anquialo 11 Antípatro 89 Apolo 23, 51, 59, 77 Argalastí 11 Arginusas 81 Arístides 53, 61 Aristófanes 16, 23, 72 Aristóteles 23, 55, 94, 95 Aspasia 61, 71 Atenas 11, 13, 25, 26, 40, 41, 42, 51, 52, 53, 54, 60, 66, 68, 70, 73, 76, 80, 88, 90, 91, 105, 106, 107, 108 Atenea 37, 51 Atzémidas 54 Bertoldo 47 Bósforo Cimerio 90 Calias 60 Cefiso 41 Cervantes 16 Cilón 53 Cinegiro 56 Citerón 89 Cleón 42 Clinias 81 Corintio 89 Cotitó 51 Crítias 29, 46
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Critón 60 Daskalio 91 Delfos 23, 76 Delmuzos 11, 12 Demócrito 93 Dimitrov 95 Diógenes Laercio 23, 89 Don Quijote 16 Empédocles 76 Épactos 40, 41 Epicuro 93 Erecteo 34 Erinias 80 escitas 91 Escitia 90 Esopo 68 Espartanos 25, 54 Esquilo 11, 16, 56 Eumólpidas 51 Eurípides 16, 17, 76 Falero 73 Filipópolis 11 Flaubert 16, 17 Gide 13 Glinós 12, 13, 18 Grecia 12, 25, 29, 40, 46, 72, 105, 106, 107 Gubbio 67 Gudí 25, 60 Heliea 29 Heracles 56 Hipérides 89 Itonías 73 Jantipa 23, 39, 49, 60, 61, 65, 70, 72 Jenofonte 16, 17, 18, 21, 22, 23, 45, 61, 93 Jesús 18 Kapandriti 90 Kazantzakis 12 100
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Keratiá 12 Kérices 51 Kifisiá 25, 42 Kolonaki 25, 70 Kolonas 25, 90, 91 Kolono 42 Koúlouri 25, 90 Koúndoura 90, 91 Kouvará 91 Lacedemonios 25, 54 Lalo 12 Larisa 11 Laurion 91 Leónidas 56 Lepsina 41 Licón 31, 40 Loxias 77 Maliá 39 Mani 70 Manolada 70 Marx 93 Mégara 12 Meleto 31, 40, 71 Mesogeo 96 Milón 56 Mirtita 61 Mirto 23 Mitilene 13 Moatsu 12 Moliere 16 Momo 83 Moraitas 25, 71 Moscú 13 Nauplio 12 Nearco 89 Némesis 46, 81 Nereidas 73 101
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Nilo 90 Niocastro 39, 41 Pablo 94 Palamás 15, 17 Paleomoraitas 25, 54 Pángalos 13, 69 París 12, 13 Pegaso 68 Penélope 15, 18 Penteli 68, 91 Pericles 60, 71, 88 Pireo 12, 42, 54, 91 Pisístrato 53 Pitágoras 76 Pitceo 40 Plaka 25, 41 Platón 17, 21, 22, 23, 24, 46, 55, 60, 73, 92, 93 Plutones 37 Polícrates 40 Polo 55 Pritaneo 45 Prometeo 18, 56 Protágoras 60 Pyrgos 11 Ramnunte 91 Rumelia 11 Sabacio 51 Salamina 25, 90 Saratsis 11 Saulo 94 Semónides 16 Sicilia 81 Simplégades 47 Sócrates 12, 15, 17, 18, 19, 21, 29, 31, 32, 34, 35, 40, 45, 47, 49, 54, 65, 70, 75, 80, 81, 89, 92, 93, 94, 95, 96, 97 Sófocles 16, 76, 78 Sofronisco 40 102
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Solón 55, 84 Sorbona 12 Sotiriadis 11 Stoa 66 Suda 23 Sunio 25, 90 Tatoi 53 Temis 96 Teodota 23, 61, 75 Terámenes 22, 46 Tiresias 37 Torgler 95 Trasíbulo 29 Treinta 29, 53, 54, 81 Triantafylidis 12 Tritones 73 Turkovuniá 66 Ulises 37 Várnalis 11, 12, 13, 15, 17, 18, 19, 21, 22, 23, 24, 25, 27, 29, 56, 69, 89, 90, 91, 107, 108 Volos 11 Yokarinis 17 Zenón 89 Zeus 41, 71, 76
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN....................................................................11 Vida...........................................................................................11 Obra..........................................................................................15 Comentario a La verdadera apología de Sócrates.................17 Las otras apologías.................................................................20 La traducción...........................................................................24 PRÓLOGO................................................................................29 LA VERDADERA APOLOGÍA DE SÓCRATES....................31 DE CÓMO PASARON LAS COSAS.......................................31 PRIMERA PARTE....................................................................37 SEGUNDA PARTE..................................................................45 TERCERA PARTE...................................................................59 CUARTA PARTE......................................................................75 QUINTA PARTE......................................................................87 EPÍLOGO.................................................................................93 ÍNDICE DE NOMBRES..........................................................99 BIBLIOGRAFÍA GENERAL.................................................105 BIBLIOGRAFÍA SOBRE VÁRNALIS..................................107 TRADUCCIONES DE LA OBRA.........................................109